Fue el 8 de julio de 1964, en el Canal 9 de Alejandro Romay. Se anunció que los Fab Four llegaban al paĂs. Pero no fueron John, Paul, George y Ringo. Fueron The American Beetles, un grupo que hacĂa covers de la banda de Liverpool.
Una multitud los recibió en Ezeiza, los luchadores de Karadagián fueron sus guardaespaldas y el show rozó los 50 puntos de rating. Los secretos de una disparatada e increĂble visita
Durante décadas los grandes grupos de rock no actuaron en vivo en Argentina. Casi nadie bajaba hasta Sudamérica. Mucho viaje, altos costos y demasiada inestabilidad. El negocio de la música era muy diferente. Queen en 1980 fue uno de los pocos que llegó en el pico de su fama con un show grandilocuente. Más allá de alguna excepción en los ochenta (Amnesty, Sting, The Cure y la noche caótica en Caballito), hubo que esperar hasta la siguiente década y el uno a uno para que la visita de los intérpretes en su apogeo se hiciera una costumbre.
Sin embargo, el primer gran grupo que llegó a la Argentina fue el más importante de todos. En 1964 los Beatles tocaron en Canal 9. Perdón. Un error de tipeo. En 1964 los Beetles tocaron en Canal 9.
La historia es larga y bastante graciosa. Es como una mamushka de engaños, fraudes y avivadas.
El 9 de febrero de 1964, los Beatles, a dos dĂas de haber arribado a Estados Unidos, se presentaron en el Show de Ed Sullivan. En ese momento comenzó oficialmente la BeatlemanĂa. Un estado de locura colectiva inédito hasta el momento. Chicas aullantes, desesperadas por ver a sus Ădolos (escucharlos era otra cosa: entre tantos gritos era imposible hacerlo). Los Beatles comenzaron a dominar (y a cambiar) el mundo. El fenómeno se expandió por todo el planeta. Discos, fotos, jóvenes que se dejaban el pelo largo. Sus canciones traspasaron fronteras.
Todos los músicos querĂan ser los Beatles. Bob Yorey, un hombre que tenĂa un club nocturno en Miami, creyó que podĂa sacar partido de este furor y de esa nueva vocación universal. DebĂa apurarse: no sabĂa cuánto iba a durar esta fiebre. En su local algunas noches se presentaba una banda integrada por cuatro jóvenes. Se llamaban The Ardells. Antes de pagarles la actuación de esa noche, Yorey los reunió y les dijo: “A partir de mañana cambian el nombre. Ya mandé a hacer los carteles”. Mientras los chicos se miraban sin entender demasiado, Yorey antes de dejar el pequeño cuarto repleto de ollas, bolsas de harina y botellas vacĂas que oficiaba de camarĂn, les dijo: “Y hasta nueva orden no se corten el pelo”.
Los cuatro pasaron a ser a partir de ese momento los American Beetles. Una banda que hacĂa covers (a veces de los covers como en Twist & Shouts) del grupo del momento y algunos de los temas -bastante dignos- de los Ardells. La lógica de Bob Yorell parecĂa invencible: “Si existen los Beatles británicos, Âżpor qué yo no puedo tener los Beetles americanos?”.
En una de sus primeras noches, el cartel en la puerta del bar anunciando la presentación llamo la atención de un productor de espectáculos, Rodolfo Duclós. Entró, se sentó en una de las mesas y pidió algo para tomar. Apenas vio a los cuatro jóvenes aparecer en escena se convenció que tenĂa un gran negocio entre manos. El pelo largo con el flequillo desprolijo cayendo sobre la frente, los trajes entallados, la juventud. Esa misma jornada se juntó con Yorey y le propuso un gran negocio. Realizar una gira por América Latina con el grupo. Yorey pensó que estaba siendo filmado para The Candid Camera, el programa de cámaras ocultas de la TV norteamericana. ÂżQuién podrĂa estar interesado en estos cuatro jóvenes sin antecedentes y sin demasiado talento que hacĂan una imitación poco trabajada de un grupo inglés que ni siquiera tenĂan parecido fisonómico con los Beatles? Pero no. La propuesta era real.
Duclós utilizó todos los contactos que tenĂa desde México hasta Argentina aunque también se encargó de comunicarse con gente de Perú, Brasil, Uruguay y hasta de la España franquista.
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No eran John, Paul, George y Ringo. De hecho, ni se parecĂan a ellos una vez que la cámara acercaba el plano. Eran Vic, Tom, David y Bill. Los American Beetles: Vic Grey, Tom Condra, David Hieronimous y Bill Ande
Pronto quedó armada una importante gira. Y muy inusual debido a la época y a la nula trayectoria artĂstica y comercial del producto ofrecido.
En este punto, aunque no haya certezas absolutas, debemos detenernos. Se supone que el éxito de Duclós fue tan rotundo porque lo que prometĂa era a los Beatles. A los verdaderos. En las conversaciones telefónicas y en las reuniones personales la diferencia entre los nombres no se percibĂa. Al momento del contrato sólo algunos notaron que los artistas del que se agenciaban la exclusividad en cada territorio eran los American Beetles. Una e en lugar de una a hacĂa una enorme diferencia. Ante algún desconfiado, Duclós aducĂa que el agregado de “American” habĂa sido una concesión de los de Liverpool para conseguir el éxito en Estados Unidos.
AsĂ muchos medios anunciaron que la presencia de los Beatles en Argentina era inminente. Sin embargo, en algún momento antes del arribo de esta precursora banda tributo a cada paĂs de la región, se conocĂa fehaciente que los que tocarĂan serĂan unos émulos de los Beatles y no ellos mismos.
En Argentina su presencia se anunció para mayo de 1964. Alejandro Romay, dueño de Canal 9, se vanagloriaba de la contratación. Pero el grupo no llegó en la fecha pactada al paĂs. Toda la gira sudamericana se habĂa atrasado. El empresario televisivo quiso rescindir el contrato por incumplimiento (se sospecha que aprovechó el retraso para dar por terminado el vĂnculo porque se dio cuanto del engaño después de firmado el contrato).
Pero semanas después se reavivó la gira. Romay no recibió a Duclós, enojado por el incumplimiento y por la confusión en la identidad de los intérpretes. El que sĂ lo atendió y firmó contrato de inmediato con el productor fue Goar Mestre, el empresario cubano propietario de Canal 13.
Los American Beetles llegarĂan a Argentina como artistas exclusivos del canal de Constitución. Al ver la expectativa que generó la visita, Alejandro Romay recalculó. Romay, cuyo mayor talento quizás fuera el de entender de inmediato el gusto popular, se dio cuenta que aunque fueran cuatro desconocidos, los American Beetles tendrĂan éxito en el paĂs. AsĂ que desempolvó el contrato firmado con anterioridad y alegó que Duclós habĂa suscripto un compromiso con Canal 13 cuando todavĂa estaba vigente el suyo. Los tironeos en esos dĂas previos fueron intensos. Declaraciones mediáticas, abogados, presentaciones judiciales.
El dĂa de su arribo los cuatro ignotos músicos no podĂan creer lo que vieron al descender la escalera del avión. Las terrazas desbordaban de jovencitas que gritaban al verlos. Varios miles de fans habĂan ido a recibirlos. Pero eso fue lo más normal que ocurrió esa tarde. Lo inverosĂmil estaba por suceder. Apenas pusieron un pie en la pista, unos hombres enormes se acercaron a los músicos y los rodearon y los llevaron a las corridas hacia otro sector del aeropuerto escoltados por agentes de la PolicĂa Federal. Al ver la situación otros, de traje y con maletines, empezaron a gritar airadamente y a pedir a la policĂa aeroportuaria que hicieran algo. De pronto los American Beetles desaparecieron de la vista de todos.
La gran cita, la inaugural, fue el 8 de julio de 1964. El programa El Festival de la Risa de Canal 9 anunció, por fin, que el numero estelar serĂan los American Beetles
Alejandro Romay alertado de que los directivos del 13 iban a hacer valer el nuevo contrato, se adelantó y decidió no esperar lo que dictaminara la justicia. Llamó a su amigo (y contratado) MartĂn Karadagián, el legendario luchador de catch, y le pidió prestados a varios de los luchadores de su troupe. Los hombres de Karadagián debĂan oficiar, al mismo tiempo, de guardaespaldas y secuestradores de los Beetles. Los llevaron hacia un avión particular en el que el Zar de la TV los esperaba con champagne. Después fue cuestión de aterrizar en otro lado de la Provincia de Buenos Aires y alojar a los músicos en un hotel secreto hasta que debutaran en TV.
Romay contó estos hechos en 1998 en Zoo, el programa de Juan Castro:
“Goar Mestre preparó todo: abogado, escritos, un juez. Maneras formales para quedarse con los Beetles. Yo procuré maneras más informales”, contó don Alejandro. Lo narraba con la impunidad que dan los años y el éxito; y con las deformaciones que permite el tiempo y alimentan la leyenda. Oscilaba entre el aire divertido (pĂcaro) y el sorprendido. En su versión los osados, los que no tenĂan vergĂĽenza, los “atorrantes” los llamó, eran los músicos.
Alejandro Romay llamó a su amigo MartĂn Karadagian y contrató a su troupe para que fueran los guardaespaldas durante la visita de los Beetles a la Argentina
La gran cita, la inaugural, fue el 8 de julio de 1964. El programa El Festival de la Risa de Canal 9 anunció, por fin, que el numero estelar serĂan los American Beetles. Alberto Berco, el conductor del programa, atildado y articulado, los presenta con algo de malicia aludiendo a la lucha con Canal 13:
“Nadie sabrá comprenderlos. Por eso están aquĂ a pesar de cualquier contrato. Son una reacción ante el materialismo. Ellos lo definen con una sola palabra: dignidad”.
Cuando el telón se corrió y los cuatro jovencitos aparecieron en escena, las tribunas repletas de chicos y chicas, prolijos pero entusiasmados, estallaron. RĂgidos pero contentos, cada uno en su lugar (mucha gomina entre los hombres y trabajados jopos entre las mujeres), batĂan palmas y vivaban: ¡Bitles! ¡Bitles!. Los cuatro músicos con el pelo largo (para su tiempo) y los trajes entallados caminaron sonrientes hacia sus instrumentos. Los Beetles iban a tocar por primera vez en Argentina.
No eran John, Paul, George y Ringo. De hecho, ni se parecĂan a ellos una vez que la cámara acercaba el plano. Eran Vic, Tom, David y Bill. Los American Beetles: Vic Grey, Tom Condra, David Hieronimous y Bill Ande. Suena Twist & Shouts. Las chicas del público gritan encima de la música.
Las imágenes de su presentación es uno de los tantos hallazgos que tiene
“El dĂa que los Beatles vinieron a la Argentina” dirigido por Fernando Pérez y que documenta a la perfección esta insólita visita.
Romay habló, con su exageración habitual, de 63 puntos de rating. Algunos historiadores de la televisión dicen que fueron 48.3 puntos. De cualquier manera, un éxito indiscutible. El Zar no sólo se quedó con el disputado número musical, sino que además se dio el gusto de pagarles menos que lo que les ofrecĂa el 13.
Esa noche los invitó a comer a su casa y les pidió que le regalasen una guitarra a su hijo. Los Beetles dejaron su escondite y fueron alojados en el Hotel Alvear. Fue su momento de rockstars. Las chicas se colaban en el hotel, superando a la estricta vigilancia, para meterse en sus habitaciones. Los cuatro músicos no habĂan osado soñar con tanto.
A cada lado al que iban lo seguĂan los fotógrafos. Los diarios no los trataron muy bien. El pelo largo los convertĂa en sospechosos. Dudaban de su virilidad debido a sus peinados o porque pasaban por la sección de maquillaje antes de presentarse en cámara. La música era denostada. Ruidosa, vacĂa, demasiado enfática, afirmaban. Un consuelo: lo mismo decĂan de los Beatles por esos años. “Los Beetles mostraron que todo el talento lo tienen en el pelo”, “Cantan mal, actúan poco”, “Los Beetles querĂan comer bifes y casi se comen bollos” eran algunos de los titulares.
Su estadĂa en el paĂs fue un gran éxito. Recepción multitudinaria en Ezeiza, récord de rating televisivo, visitas y canciones en Radio Splendid, varias actuaciones en vivo y hasta la grabación de un disco con cuatro temas que salió de inmediato con buenas ventas
El juez Marcial Etcheberry dictaminó en favor de Romay. La estadĂa de los cuatro músicos norteamericanos se extendió durante varios dĂas más. Los periodistas consultaron al juez luego de su decisión. Un trabajo académico de Rodrigo Buján recuperó la entrevista que le hizo el diario Crónica:
Periodista: Apartándose de lo jurĂdico ÂżQué piensa de estos jóvenes?
Juez Etcheberry: Y… Âżqué quiere que le diga? Yo me acuerdo que en nuestra época se bailaba el chárleston y sus movimientos también eran prejuzgados, pero la verdad que esto no lo entiendo… Estos cantantes deben gustar por las melenas.
P: ÂżDejarĂa a sus hijos que vayan a ver a Los Beetles?
J. E : Eso es cosa de ellos. Yo no los verĂa ni estando loco.
P: ÂżHay alguna ley que exija que se corten el cabello?
J.E: Lamentablemente no, si no…
P: ÂżQué le sugieren como hombres?
J.E: A nosotros, a los varones argentinos, esto nos resulta inexplicable”
Recorriendo los diarios de la época se descubren algunas situaciones interesantes. Para julio de 1964, el momento en que los American Beetles llegan al paĂs, el malentendido se habĂa superado. Sólo los muy distraĂdos podĂan creer que esos cuatro eran los de Liverpool. Se hablaba de ellos en diarios y revistas. En los vespertinos (Crónica y La Razón) fueron tapa durante varios dĂas. Sin embargo su estadĂa en el paĂs fue un gran éxito. Recepción multitudinaria en Ezeiza, récord de rating televisivo, visitas y canciones en Radio Libertad (también propiedad de Romay), varias actuaciones en vivo y hasta la grabación de un disco con cuatro temas que salió de inmediato con buenas ventas (en el gran documental de Fernando Pérez, Litto Nebbia dice que hay cosas interesantes en alguno de esos temas, en especial en You did it to me).
La situación llegó a tal nivel de ridĂculo y confusión que los Beatles empezaron a ser promocionados por la discográfica como
“los auténticos Beatles ingleses”. La misma fórmula utilizó Canal 13 para anunciar en diarios y revistas que uno de sus programas insignias Casino Phillips, reconocido por contratar figuras internacionales, pasarĂa el tape de la intervención de los Beatles en el programa de Ed Sullvan (Hugo Fattoruso, el músico uruguayo, contó que el dĂa anunciado esperó con ansiedad frente a la TV pero que el canal anunció problemas técnicos y no hubo show de los Fabulosos Cuatro sino calypso en la voz de Harry Belafonte).
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Mirados las hechos de manera retrospectiva, el suceso que significó la presencia de los ignotos American Beetles en Argentina (y en el resto de los paĂses sudamericanos que recorrieron) no se debió a la confusión, al éxito del engaño inicial, a la ignorancia de un público incapaz de distinguir a John Lennon de Bill Ande, sino a la necesidad de ver y escuchar, de participar de ese nuevo movimiento que se reflejaba en la cabellera más osada y desprolija (en algunos anuncios en vez de la foto de los músicos sólo estaba la silueta de un moptop -asĂ se llamaba el corte beatle-), en las guitarras eléctricas, en la posibilidad de gritar mientras los músicos tocaban (en los conciertos hasta el momento y durante muchos años el público guardaba un silencio litúrgico). En subirse, de alguna manera, a esos tiempos rebeldes e iracundos.