Una casualidad de pelĂ­cula: sospechaba que tenĂ­a una hermana gemela y la vio 50 años después por televisión

"Me vi en la tele pero no era yo", cuenta Dolores a Infobae. A 1.200 kilómetros de distancia, una mujer idéntica a ella hablaba frente a una cámara de Crónica Televisión. Dolores llamó a las radios locales, a la policĂ­a, al cura del barrio, y finalmente dio con una gemela idéntica a la que

Sucedió en el verano de 2008, Dolores todavĂ­a era docente en un colegio secundario de Neuquén, tenĂ­a 47 años. Siempre habĂ­a sospechado que habĂ­a una verdad agazapada entre las ramas de su árbol genealógico, un poco porque nunca habĂ­a visto fotos de su mamá embarazada, otro poco porque habĂ­a escuchado versiones distintas y nerviosas sobre el lugar de su nacimiento. Lo que pasó ese dĂ­a de enero fue que Dolores, de casualidad, confirmó su sospecha.

“Se lo habĂ­a preguntado a toda la familia pero todos habĂ­an decidido mantener el pacto de silencio. Ya no quedaba casi nadie vivo, todos se estaban llevando el secreto a la tumba, incluida mi mamá. Mi propia abuela me decĂ­a: ‘hay cosas que mejor no preguntar’”, cuenta Dolores Sosa Fernández desde Neuquén, donde sigue viviendo, ya como profesora jubilada de Historia, Castellano y Literatura.

Un álbum comparativo que armaron las hermanas: cómo eran mientras no se conocĂ­an.

Ese 18 de enero Dolores se cruzó en la calle con la hija de una prima. La chica tenĂ­a un problema y estaba angustiada, por eso Dolores la invitó a tomar un café. Fue en ese ida y vuelta que la chica demolió en tres segundos los cimientos históricos del secreto familiar: le dijo que, en la familia, todos sabĂ­an que Dolores no era hija biológica de sus padres.

Dolores salió del bar, volvió a su casa, buscó su partida de nacimiento y la comparó con la de su marido. Eran distintas: en la de su marido figuraban una madre y un padre; en la de ella, en cambio, habĂ­a una madre, un padre y tres tĂ­os que daban fe de la legitimidad del acto. “¿Fe de un acto? ÂżDe qué acto?”, se preguntó. “De los tres tĂ­os quedaba uno solo vivo y en ese mismo momento lo llamé”, sigue. Del otro lado del teléfono, el tĂ­o lloró. Dijo: “Yo sabĂ­a que algún dĂ­a esto iba a pasar”.

Después le contó lo que sabĂ­a: “Dijo que me habĂ­an ido a buscar a una casa en el campo, en Córdoba. Que de la casa habĂ­a salido una chica que no tenĂ­a más de 13 o 14 años conmigo envuelta en trapitos, como harapos. Que les habĂ­an dicho que eran dos bebés, gemelas, pero cuando le preguntaron a la chica por la otra criatura, contestó: ‘A la otra bebé ya se la llevaron’”.

Algo en la trama habĂ­a cambiado. Las dudas ya no se limitaban sólo a saber quiénes eran sus padres biológicos y qué habĂ­a pasado: se habĂ­a abierto la posibilidad de que, en algún lugar del mundo, existiera una persona idéntica a Dolores.

“Empecé a contarle la historia a todos: familias, vecinos, compañeros de trabajo. A todos les terminaba diciendo lo mismo: ‘Me dijeron que habĂ­a otra bebé, una hermanita gemela. No sé si es verdad pero si ves a alguien igual a mĂ­ avisame”.

Dolores se tomó un micro en Neuquén y viajó 13 horas hasta Cura Brochero, Córdoba. No encontró a su mamá biológica ni a su hermana gemela pero empezó a sumar pistas. “Por lo que averigĂŒé habĂ­a nacido en 1960, calculo que a fin de julio. Por lo que dicen no ha sido una venta sino que era una chica muy humilde, parece que a cambio le dieron comida”.

Sin saber dónde más buscar ni a quién preguntarle, los caminos volvieron a cerrarse. Dolores volvió a Neuquén.

Luz, cámara, acción

El 5 de mayo de 2010 -más de dos años después de aquella confirmación casual- Dolores fue a los tribunales de Neuquén. HabĂ­an matado a un amigo de la familia en un robo y ese dĂ­a se iba a dar a conocer la sentencia. QuerĂ­a acompañar a su amiga, que habĂ­a quedado viuda tras el homicidio. HabĂ­a sido un caso muy resonante en la provincia, por eso los canales enviaron a sus móviles de televisión.

Las hermanas, gemelas idénticas, unidas gracias a una entrevista en un móvil de televisión.

“Ese dĂ­a se me acercó una amiga de mi hija y me dijo que después querĂ­a hablar conmigo”, recuerda. Dolores pensó que necesitaba que la ayudara con alguna materia pero la chica le dijo: “Te he visto en la tele”. “Yo pensé que hablaba del juicio y le dije ‘sĂ­, estábamos todos ahĂ­ acompañando a la familia’, pero ella me contestó: ‘no, en la nota que diste’. Yo no habĂ­a dado ninguna nota”, cuenta Dolores.

La adolescente, desconcertada, llamó a su casa. No sólo ella la habĂ­a visto en la televisión, también el resto de su familia. Lo que ninguno habĂ­a terminado de entender era por qué Dolores, que vivĂ­a en Neuquén, habĂ­a salido en Crónica Televisión hablando de algo que habĂ­a pasado a 1.200 kilómetros, en la provincia de Buenos Aires.

Dolores volvió a casa a la tarde, se sentó frente al televisor y esperó. “Pasaron horas, mi marido y mis hijos se fueron a acostar y yo me quedé sola en el living. Y a eso de la una de la mañana arrancó una nota: era un reclamo de vecinos en Moreno. Hablaba la directora de una escuela, una portera creo, una vecina y de repente... aparecĂ­ yo. O sea, era yo pero no era yo”.

Dolores quiso decir algo pero se le enredaron las palabras. Del alboroto se despertaron su marido, sus hijos. QuerĂ­an anotar y no sabĂ­an qué, el videograph no decĂ­a el nombre de la entrevistada, uno sacó una foto de la pantalla, otro alcanzó a filmar el final. La nota terminó antes de que pudieran pensar con claridad. Llamaron al canal: nadie habĂ­a anotado el nombre de la vecina que se habĂ­a acercado al móvil a dar su testimonio.

En el transcurso de los dĂ­as que siguieron alguien reparó en la parroquia que se veĂ­a de fondo. Era la iglesia San Francisco, en Francisco Alvarez, partido de Moreno. “Entonces llamé a la radio y nada, a la comisarĂ­a. Mi marido llamó a la parroquia y pidió hablar con el cura”, enumera Dolores. “Atendió el Padre Ricardo. Mi marido le contó la historia pero, como venĂ­an de un reclamo de vecinos, el cura no le terminó de creer. Le contestó ‘me va a tener que esperar porque mañana me voy a un retiro espiritual y vuelvo en una semana’. Y mi marido le dijo: ‘No hay problema Padre, si pudimos esperar 50 años Âżcómo no vamos a poder esperar una semana más?‘”.

Diez dĂ­as después de ese llamado, el padre Ricardo llamó al número de Neuquén que le habĂ­an dejado. Atendió Dolores y el cura dejó de dudar cuando le escuchó el tono de voz: era idéntico al de Mirta Santos, una vecina “de toda la vida” que también habĂ­a sido catequista de la parroquia.

Después le pidió a Dolores que grabara un video en donde se viera su cara y contara quién era para poder abordar a Mirta. No tenĂ­a idea qué sabĂ­a Mirta de su historia, por eso querĂ­a ser cauteloso. El cura, entonces, le pidió a una catequista que fuera sondear a Mirta.

Quien cuenta esta parte de la historia es Mirta. TodavĂ­a se emociona con el recuerdo de ese dĂ­a, del que acaban de cumplirse 10 años.



“La catequista me agarró la mano y empezó a dar vueltas. En un momento me dijo ‘sabés Mirtita que tu nota en Crónica la vio mucha gente, mucha. Llegó a muchos lugares, de todo el paĂ­s y bueno, la vio una persona muy especial”. Para sorpresa de todos, Mirta sĂ­ sabĂ­a retazos de su historia:

—¿Mi hermana? Âżla vio mi hermana?—, interrumpió.

Después, el cura y la catequista la invitaron a sentarse frente a la computadora y le pusieron play al video que Dolores habĂ­a enviado. “Casi me desmayo cuando la vi”, recuerda Mirta. “Era yo pero no era yo”.

El 28 de mayo de 2010, inmediatamente después de ver el video, Mirta llamó a Neuquén y atendió el marido de Dolores. El hombre también quedó en shock cuando escuchó el tono de voz y corrió al Consejo Escolar, donde su esposa estaba trabajando. “Me hizo señas para que saliera urgente”, se rĂ­e Dolores. Nadie dijo en voz alta lo que estaba pasando aunque los compañeros de trabajo de Dolores, que ya sabĂ­an que buscaba a una hermana, lo imaginaron.

Dolores se metió en una oficina chiquita y ahĂ­ escuchó la voz de Mirta por primera vez. Desde Buenos Aires, Mirta le preguntó si habĂ­a sido feliz. Dolores dijo que sĂ­, que pese a todo, habĂ­a tenido una buena familia. A Mirta le habĂ­a pasado lo mismo. Dolores salió de la oficina llorando desconsoladamente. Sus compañeros de trabajo, todos, en fila, la aplaudieron.

El otro lado de la historia

En Buenos Aires, Mirta también habĂ­a crecido con sospechas de que sus padres de crianza no eran sus padres biológicos. “TenĂ­a un hermano 18 años más grande, mi mamá era alta, rubia y de ojos claros, nada que ver conmigo. Mi papá era obrero en la fábrica de Alpargatas, tenĂ­amos una vida muy austera. En mi caso, no podĂ­a haber fotos de mi mamá embarazada básicamente porque no habĂ­a máquina de fotos en la familia”, cuenta Mirta, que fue empleada de la Justicia electoral y ahora está jubilada.

Después del encuentro, las dos familias se fueron de vacaciones juntas.

Mirta habĂ­a confirmado sus sospechas a los 40 años, mientras bañaba a su mamá, que ya estaba muy mayor. “Le dije que le habĂ­a hecho pisar el palito a toda la familia y que ya sabĂ­a que era adoptada. Mentira, pero se lo creyó y ahĂ­ me lo reconoció. Me dijo que habĂ­an decidido no contármelo porque tenĂ­an miedo de que yo los abandonara”.

Mirta le preguntó si la habĂ­an comprado y ella le juró que no, si nunca habĂ­an tenido plata. “Dijo que habĂ­a una chica muy pobre que estaba dando a sus bebés en Córdoba y que ellos se ofrecieron a criar a uno. No los entregaba la chica sino una vieja de la familia, que se sacaba a las criaturas de encima para no tener otra boca que alimentar”, sigue Mirta desde Francisco Alvarez, donde sigue viviendo. “O sea, hacĂ­a siete años que yo sabĂ­a que podĂ­a tener una hermana, pero nunca me habĂ­a animado a buscarla”. HabĂ­a un detalle hereditario que también le hacĂ­a sospechar que era cierto: Mirta también habĂ­a tenido gemelas.

Conocerse, medio siglo después

El 17 de junio de 2010, Dolores viajó a Buenos Aires a conocer a su hermana gemela. Las dos estaban a punto de cumplir 50 años. “Yo estaba tranquila, pero cuando me avisaron que iban por Luján empecé a temblar como una hoja”, dice Mirta, y se emociona otra vez. “Yo también temblaba”, dice Dolores, y agrega: “Cuando la vi ahĂ­ parada no lo podĂ­a creer. Empecé a llorar tanto que no veĂ­a. Me hizo acordar a cuando nació mi hijo, tuve una sensación de nacimiento: olerla por primera vez, tocarla por primera vez...”



Fletaron al marido de Mirta y durmieron juntas en la cama matrimonial durante todos los dĂ­as que duró la visita. Charlaron hasta la madrugada, se divirtieron con las confusiones -hablaba una y contestaba el hijo de la otra-, salieron a la calle con los maridos cambiados a ver si los vecinos se daban cuenta del trueque. Encontraron más coincidencias que las fĂ­sicas, donde la ausencia habĂ­a tomado cuerpo: las dos, por ejemplo, habĂ­an jugado siempre al scrabble solas contra un contrincante imaginario.

Pasaron 10 años y sigue siendo asĂ­: hablan casi todos los dĂ­as, viajan a verse cada vez que pueden. TodavĂ­a no saben nada de su mamá biológica pero aún hoy que están a punto de cumplir 60 años, conservan la ilusión de encontrarla: no para acusarla sino para conocer su verdadera identidad y poner la última letra que les falta para completar el scrabble de su propia historia.

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