Así intentaron matar a Raúl Alfonsín

El episodio se registró en Córdoba, el 19 de mayo de 1986 en el Tercer Cuerpo de Ejército.

"Disculpame, pero ya no puedo aguantar más... me estoy meando, aguantame unos minutosâ€, le dijo el oficial Carlos Primo, integrante del Comando Radioeléctrico de Córdoba, a su compañero de labor, el cabo Hugo Velázquez, a lo que este le respondió: “Dejate de joder, che... andá de una vez... Falta casi una hora para que pase por acá el Presidenteâ€. Sin dudarlo, Primo fue a consumar su imperiosa necesidad biológica.

Descendió a aquel terreno cubierto por malezas, sector donde extrañamente no se había cortado el césped, a la alcantarilla que protegía ese pequeño puente y por el cual, en escasos minutos, iba a pasar el móvil que trasladaba a Raúl Alfonsín hacia el corazón de esa guarnición militar, Tercer Cuerpo de Ejercito, Córdoba, para la ceremonia central en donde se le iba a tributar un homenaje. “¡Dios míoooo... qué feo es aguantar! Menos mal que ya pudeâ€.

Acto seguido, un extraño movimiento sorprendió la atención de Primo: “¿Qué carajo es esto?â€. Después de unos segundos de absoluto silencio, Primo llamó a Velázquez: “Acercate, vení rápido, mirá lo que encontréâ€.

Aquella postal estaba marcando un plan meticuloso y fríamente calculado y que luego quedó demostrado que había sido accionado para llevarse a cabo en tiempo y lugar. La escena iba a desentrañar un plan atroz: un cable negro serpenteaba cerca de la propia alcantarilla. Primo, cada vez más sorprendido, junto con Velázquez siguieron aquel rastro que iba a deparar una enorme sorpresa. La estructura consistía en un armado sencillo: unir una fuente de energía (una batería de auto) a los cables sueltos que conducían a la bomba. Primo y Velázquez siguieron el paso de esta terrorífica ruta: se trataba de un artefacto explosivo con enorme capacidad letal. “No lo puedo creerâ€, dijo azorado el oficial, y el cabo agregó: “Cuidado, fijate bien, por favorâ€.

“¿Qué mierda hay acá?â€, gritaron al unísono. De repente, hallaron la esencia del arma mortífera: semienterrada se encontraba una bala de mortero calibre 120 mm con 2,5 kilos de TNT (método de cuantificación de la energía liberada en explosiones) y que se hallaba adosada a dos panes de trotyl de 450 gramos cada uno. Cabe señalar que si el mecanismo tiene esquirlas metálicas, los daños aumentan notablemente.


Los oficiales, azorados, comunicaron inmediatamente la noticia. Por medio de un complejo mecanismo, la bomba debía accionarse cuando Alfonsín pasara por el citado lugar. Inmediatamente, se dieron cita efectivos del Comando de Explosivos que lograron desactivar el artefacto. Una semana después se hizo detonar la bomba con los siguientes resultados aterradores: tras la implosión sobrevino una columna de humo de 600 metros de altura y las esquirlas cubrieron un radio de 70 metros, más que suficiente para matar al entonces presidente de la Nación. Como consecuencia de este episodio, el jefe de la guarnición militar, Aníbal Verdura, sindicado en causas de violaciones a los derechos humanos, pasó a retiro.

La conspiración del silencio

Se inició a la semana un proceso de investigación a cargo del juez Miguel Julio Rodríguez Villafañe, quien ordenó la reconstrucción del mecanismo del artefacto explosivo. Cada uno de los miembros del Ejército, como los efectivos de la policía provincial que desfilaron por la requisitoria judicial, expresaba un denominador común: ignorancia y desconocimiento sobre el hecho, algo así como que todos somos “ciegos, sordos y mudosâ€. La conspiración del silencio había sido puesta en marcha por lazos fraternales y objetivos en común.

Verdura negó cualquier vinculación con el hecho y el episodio no pudo ser esclarecido, así como tampoco identificados a sus potenciales autores. En ese entonces, el ex jefe de esa guarnición, general Luciano Benjamín Menéndez, se encontraba detenido a la espera del proceso judicial. Por otra parte, la visita de Raúl Alfonsín a esa sede militar se realizó poco después del juicio a las juntas militares de la dictadura. En tanto, numerosos militares del Tercer Cuerpo de Ejército, en Córdoba, habían tenido participación directa en el centro de exterminio denominado La Perla.


Otro dato: de Pedro Telleldín, ex jefe de la policía provincial -padre de Carlos Alberto Telleldín, el reducidor de autos a quien se acusó de haber vendido la Trafic blanca con que fue volada la AMIA en 1994-, se aventuraba que continuaba vivo, más allá de que se había informado, tiempo atrás, su “muerte oficial†en un accidente de tránsito, y que por otra parte trabajaba, desde las sombras, contra la democracia. La hermandad de la muerte La cofradía oscurantista de la intolerancia, la prepotencia y las desapariciones masivas tuvo participación, sin lugar a dudas, en la planificación de este episodio que, por más que en ese entonces se haya querido instalar como un acto de características únicamente intimidatorias, tuvo como objetivo, puntualmente, llevar a cabo un hecho inédito en la historia del país: producir un magnicidio que dejara la puerta abierta a un nueva dictadura, en esta oportunidad, con mucha más determinación y crueldad que en los propios años del Proceso.

El objetivo apuntaba a erradicar del mapa al gran enemigo de la dictadura y sus intereses. La consigna: matar a Alfonsín. Y la planificación, en consecuencia, era no sólo quitarle la vida al objetivo en cuestión, sino, además, que su humanidad fuera destrozada y que volara, por los aires, en derredor del máximo hecho sangriento. La cofradía oscurantista quería gozar con esta circunstancia y lo planeó, lo ideó y lo pergeñó en función del hecho en sí, que quedó demostrado, en cuanto a eficacia, unos días después, ordenado por la propia Justicia. ¿Fueron Jorge Rafael Videla, Luciano Benjamín Menéndez, Aníbal Verdura y otros protagonistas fundamentales del centro de detención La Perla los ideólogos del intento de magnicidio? Los vientos de la historia y la libertad atesoran, seguramente, aquellas verdades infinitas guardadas en el cofre del corazón del pueblo.


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