El ingeniero británico canadiense Guy Stewart Callendar tomó la meteorologĂa como un pasatiempo y fue el primero en descubrir que la temperatura del planeta habĂa aumentado. Murió en 1966, sin recibir el reconocimiento por su profecĂa de la catástrofe que se viene
Faltaba un año para que se desatara la Segunda Guerra Mundial cuando Guy Stewart Callendar, un cientĂfico británico canadiense, notó mientras observaba a través de las estaciones meteorológicas del mundo que las temperaturas se habĂan incrementado a lo largo de los últimos años. Fue una señal tenue pero a la vez concreta. Estaba pasando.
Eso lo llevó a buscar en el archivo de las investigaciones sobre una posible causa, y todo lo que leyó apuntaba a las emisiones de dióxido de carbono, consecuencia directa de la Revolución Industrial. Pensó que si se duplicaban las concentraciones del CO2 el mundo podrĂa girar y girar hacia un aumento de 2°C con el paso de los siglos. Lo llamó “efecto Callendar”, e incluso en ese momento creyó que un poco más de clima cálido podĂa ser beneficioso para el planeta.
No pasó ni siquiera un siglo. Ochenta y tres años más tarde, la humanidad y el resto de los seres vivos de la Tierra ya estamos amenazados por aquello que Callendar detectó solo. La última cumbre COP 26 en Glasgow, Escocia, dĂas atrás, dejó la preocupación en nivel de alerta máxima. El cambio climático ya complica la vida en todas las regiones del planeta.
El Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU (IPCC) presentó un informe en agosto pasado con predicciones catastróficas si no se logran disminuir las emisiones de CO2 y de gas metano ni se detiene la deforestación: el aumento de la temperatura global ya es de 1,1 grados respecto de la era preindustrial y podrĂa incrementarse a entre 1,5°C y 2°C para 2030. El año que se termina, de hecho, dejó cientos de muertes por inundaciones, olas de calor, huracanes e incendios forestales. Estos eventos son cada vez más comunes y más intensos. Y según los cientĂficos es consecuencia del cambio climático.
Callendar, nacido en Montreal, Canadá en 1898, lo vio, con las limitaciones técnicas de la época, en 1938, a sus 40 años. Ingeniero especialista en tecnologĂa de vapor, tomó la meteorologĂa como un pasatiempo y desde ahĂ empezó a escuchar y leer comentarios sobre otras personas que al mirar el historial meteorológico veĂa ciertos aumentos de temperatura. Entonces comparó los registros de 147 estaciones meteorológicas de todo el mundo y pudo constatar que las temperaturas efectivamente habĂan aumentado durante el siglo anterior, el XIX.
“Callendar fue el primero en descubrir que el planeta se habĂa calentado. Recopiló mediciones de la temperatura mundial y sugirió que este calentamiento estaba relacionado con las emisiones de dióxido de carbono”, explicó el profesor Phil Jones, de la Universidad de East Anglia en Norwich, que estudió el legado del cientĂfico.
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Guy Stewart Callendar, ingeniero especialista en tecnologĂa de vapor, tomó la meteorologĂa como un pasatiempo y fue el primer en descubrir que la temperatura del planeta habĂa aumentado
El cientĂfico concluyó que durante los últimos cien años la concentración del gas habĂa aumentado aproximadamente el 10%. Callendar entendió que el aumento podrĂa explicar el calentamiento detectado. Él habĂa leĂdo a sus colegas del siglo anterior, que se dieron cuenta de que los gases de la atmósfera provocan un “efecto invernadero” que afecta la temperatura del planeta. Ellos estaban interesados principalmente en la posibilidad de que un nivel más bajo de gas de dióxido de carbono pudiera explicar las edades de hielo del pasado distante.
Entre ellos estaba el sueco Svante Arrhenius, quien calculó que las emisiones de la industria humana podrĂan traer algún dĂa un calentamiento global, pero muchos de sus colegas descartaron su idea, la consideraron errónea. En 1896 completó un trabajoso cálculo numérico que sugirió que reducir a la mitad la cantidad de CO2 en la atmósfera podrĂa bajar la temperatura en Europa unos 4 ó 5°C, es decir, a un nivel de la Edad de Hielo.
Pero esta idea solo podrĂa responder al enigma de las edades de hielo si realmente fueran posibles cambios tan grandes en la composición atmosférica. Para esa pregunta, Arrhenius contactó a un colega, Arvid Högbom, quien habĂa compilado estimaciones sobre cómo el dióxido de carbono circula a través de procesos geoquĂmicos naturales, incluida la emisión de los volcanes o la absorción por los océanos.
En el camino se le ocurrió una idea extraña, casi increĂble para la época: calcular las cantidades de CO2 emitidas por las fábricas y otras fuentes industriales. AsĂ, descubrió que las actividades humanas estaban agregando dióxido de carbono a la atmósfera a una velocidad aproximadamente comparable a los procesos geoquĂmicos naturales que emitĂan o absorbĂan el gas. Otro cientĂfico lo resumirĂa una década más tarde: la humanidad estaba “evaporando” las minas de carbón en el aire. El CO2 liberado por la quema de carbón en 1896 elevarĂa el nivel apenas en una milésima parte, pero eso podrĂa ser un incremento significativo si continuaban el tiempo suficiente. Exactamente lo que ocurre.
Pero en su momento, Arrhenius no lo vio eso un problema. Calculó que si la industria continuaba quemando combustible al ritmo de 1896, se necesitarĂan quizás 3.000 años para que el nivel de CO2 subiera de modo que aumente la temperatura del planeta 4 grados. Högbom, de hecho, dudaba que alguna vez se elevara tanto.
Arrhenius planteó la posibilidad de un calentamiento futuro en un artĂculo cientĂfico muy divulgado en su época y en un libro publicado en 1908, cuando la tasa de quema de carbón ya era significativamente más alta que en 1896. El cientĂfico sugirió que el calentamiento global podrĂa ser notorio en “unos pocos siglos” en lugar de milenios. Sin embargo lo mencionó solo de pasada durante una discusión sobre de lo que realmente interesaba a los cientĂficos de su tiempo: la causa de las edades de hielo. Arrhenius no habĂa descubierto del todo el calentamiento global, sino solo un curioso concepto teórico.
Pero en 1938, apareció Callendar, con su argumento de que el nivel de dióxido de carbono estaba subiendo y elevando la temperatura global. A él tampoco le prestó demasiada atención la mayorĂa de los cientĂficos de la época, que encontraron sus argumentos inverosĂmiles, a pesar de los antecedentes de Arrhenius.
Para el futuro, Callendar estimó, sobre bases vistas desde ahora endebles, que una duplicación del CO2 podrĂa traerĂa gradualmente un aumento de 2°C en un futuro lejano. Aunque entendió que las emisiones industriales ya eran mucho mayores que en la época de Arrhenius, Callendar nunca imaginó la escalada exponencial que harĂa posible la duplicación a finales del siglo XXI.
“La gente se mostró escéptica sobre algunos de los resultados de Callendar, en parte porque la acumulación de CO2 en la atmósfera no era muy conocida y porque sus estimaciones del calentamiento causado por el CO2 eran bastante simplistas para los estándares modernos”, comentó Ed Hawkins, del Centro Nacional de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Reading, autor en 2013 junto a Phil Jones de un artĂculo que revisita el legado de Callendar.
En años en los que ya parece no haber más tiempo para dilatar una decisión seria sobre el calentamiento global, la figura de Callendar reapareció entre los expertos que se juntaron en la COP26 de Glasgow. Si el debate sobre la influencia del hombre en el clima global es hoy uno de los temas que pone en jaque la supervivencia de la especie humana, es en parte responsabilidad del ingeniero canadiense, que alertó sobre la cuestión mucho antes y casi sin saber lo que decĂa.
“Las alarmas son ensordecedoras y la evidencia es irrefutable: las emisiones de gases de efecto invernadero por la quema de combustibles fósiles y la deforestación están asfixiando nuestro planeta y poniendo a miles de millones de personas en riesgo inmediato. El calentamiento global está afectando a todas las regiones de la Tierra, y muchos de los cambios se vuelven irreversibles”, remarcó en agosto pasado el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres. Callendar murió en Londres a los 66 años, antes de que, tristemente, el planeta, herido de gravedad, le diera la razón.