El enojo de Olmedo, la broma a AlfonsĂ­n y la censura a Borges: 10 años sin Mario Sapag, el hombre de las mil caras

Durante la década del 80, protagonizó uno de los éxitos más recordados de la televisión del regreso de la democracia. Trabajó con los más grandes humoristas de su tiempo y murió a los 75 años, cuando se preparaba para volver a escena de la mano de Ricardo Fort

Fue una de las grandes figuras de la televisión en la vuelta de la democracia. CorrĂ­a 1984 y Mario Sapag ya tenĂ­a un recorrido en el mundo del espectáculo como para poner su nombre en la marquesina, pero nunca habĂ­a brillado con tanta luz propia hasta que Alejandro Romay lo convocó para hacer Las mil y una de Sapag. que quedaron marcados en los primeros ‘80. Con cuatro canales de aire, un solo aparato en las casas y el cable en etapa experimental, la tele reunĂ­a a la familia y rebotaba en el dĂ­a a dĂ­a. Y ni hablar si pasabas los 50 puntos de rating. Esto le pasó a Mario con sus imitaciones. Y a diez años de su muerte, los que fueron chicos y grandes en aquella época siempre lo recordarán con una sonrisa.

“El éxito me llegó de grande, por eso mantuve los pies sobre la tierra”, contó alguna vez el humorista que siempre escapó a los escándalos y solo hizo ruido por su trabajo. Una vocación que sintió de joven y no abandonó nunca. Nació como Antonio Sapag nació el 25 de mayo de 1935 en el barrio de Villa Urquiza, donde se habĂ­an afincado sus padres inmigrantes, de origen libanés. Fue el quinto de 13 hijos y cuando terminó sus estudios, empezó a trabajar en el Correo Central, al tiempo que desarrollaba de manera casera y artesanal ese talento innato para la comedia y la imitación. Con una sábana, improvisaba una escenografĂ­a y una acústica para probar las voces, mientras admiraba a los grandes cómicos de la época, como Juan Verdaguer o José Marrone. Una mañana, hubo una huelga en el correo y se presentó a la producción de La revista dislocada. “Era como tocar el cielo con las manos”, reconoció tiempo después sobre el célebre ciclo del Délfor del que surgió un sinfĂ­n de artistas.



A la semana estaba en la radio, y fue cuestión de tiempo para que la tele le abriera la puerta para Telecómicos y se metiera de lleno en el mundo del espectáculo en el elenco de GrasulĂ­n, una parodia a los teleteatros de la época. Por primera vez ganaba buena plata, cinco veces más que en el correo, pero no querĂ­a soltarlo. No sabĂ­a cuánto podĂ­a durar y tirarse a la pileta podrĂ­a ser demasiado arriesgado. Durante un tiempo, mantuvo los dos trabajos, generando dos vidas paralelas en la misma persona. “A la noche cenaba con Luis Sandrini, y NinĂ­ Marshall, y al otro dĂ­a marcaba tarjeta en el correo”, graficó en una entrevista para Sábado Show en Canal 13

Con el Mario en vez de Antonio, dejó su nombre durante décadas en lo más alto del espectáculo y trabajó en los más grandes éxitos de su tiempo. Con Pipo Mancera, en sus emblemáticos Sábados circulares, realizó una de sus primeras imitaciones con el periodista Sergio Villarruel. Y en cine, su estreno fue con Carlitos Balá en Canuto Cañete, conscripto del 7, que lo llevó a trabajar con los grandes cómicos de cada época.

Su rostro, su voz, su clásica forma de hacer humor y su capacidad de artista integral habĂ­a llegado para quedarse. En televisión, pasó desde el drama de El hombre que volvió de la muerte o Alta comedia a la comedia en los clásicos de Gerardo Sofovich Polémica en el bar y Operación Jaja. En cine, protagonizó Yo me gané el prode... Âży usted? y ya como imitador, participó con Alberto Olmedo y Jorge Porcel, como Los fierecillos indomables y Los fierecillos se divierten. En teatro, brilló en el mĂ­tico Teatro Maipo y en temporadas en Mar del Plata junto a los más reconocidos capocómicos y vedettes de la época.



En ese contexto de dictadura militar, Mario recibió el único hecho de censura que declaró en su carrera. Por entonces, formaba parte del staff de Operación Jaja, donde entre sus criaturas personificaba a Jorge Luis Borges. El 2 de julio de 1981, un comunicado firmado por el titular del Comfer, el general Rodolfo Emilio Feroglio, prohibió la caracterización del escritor, aludiendo que se trataba de “un atentado a la cultura argentina y al prestigio del escritor”. Atemorizado, Sapag dejó descansar al personaje pero fue el propio Borges el que mostró lo absurdo de la medida, exculpando al actor y hasta teniéndole cierta compasión: “Con el esfuerzo que se habrá tomado para copiar mi manera torpe de hablar
”, declaró con su habitual ironĂ­a. Acaso por este espaldarazo, reconocĂ­a en el autor de El aleph, y en el lĂ­der hindú Mahatma Ghandi como sus mejores imitaciones.



Ya con la democracia, en 1984 le llegó la gran oportunidad de la mano de Alejandro Romay y al frente de un proyecto con su nombre y su sello. Las mil y una de Sapag no tardó en ser furor. El programa tocó los 60 puntos de rating y promediaba más de 40 en una televisión con pocos canales, con un solo aparato por casa y con el cable como una amenaza lejana. La familia se juntaba a verlo y al otro dĂ­a era tema de conversación en la oficina, los cafés y las sobremesas.

Mario encabezaba un gran show televisivo en el que brillaba por su versatilidad y su especial habilidad para detectar las muletillas y los mohines de sus ocasionales vĂ­ctimas. Caracterizaba alrededor de diez personalidades por programa y perdió la cuenta de cuántos hizo en el ciclo. Lo cierto es que no se salvaba nadie y polĂ­ticos, deportistas, artistas y figuras del paĂ­s y del mundo estaban bajo su órbita. Donde ponĂ­a el ojo, sacaba la radiografĂ­a y la trasladaba a la pantalla, para automáticamente pasar a formar parte del lenguaje cotidiano. Las tres horas diarias que dormĂ­a Bernardo Neustadt; el “poquitito” de Mr. T, la estrella de Brigada A y el “PernĂ­a es triste, OlguĂ­n es alegre” de César Menotti valen como ejemplos aleatorios.



Salvo el ex técnico de la selección, a quien le habrĂ­a molestado que el actor lo compusiera con muchos cigarrillos entre sus manos, los imitados no cuestionaban al imitador. Por el contrario, muchas veces lo celebraban, ya que veĂ­an con buenos ojos salir en un programa con esos números de rating. El único que realmente se enojó fue un colega suyo, compañero de tantas pelĂ­culas, que por este motivo decidió jubilar a u no de sus personajes más emblemáticos.

Alberto Olmedo inició la temporada 1985 de No toca botón quemando el traje de Rucucu ante la mirada de un público de notables tales como Luis Brandoni, Enrique Pinti y Juan Carlos Altavista. El año anterior, Sapag habĂ­a explotado el rating de Canal 9 con su galerĂ­a de personajes que incluĂ­a a Rucucu y al rosarino no le pareció atinado que Sapag imitara una creación suya. “Lo que se usa mucho, se quema”, sentenció el capocómico, antes de proceder a incendiar el traje y quedarse en slip. Nunca más volvió a interpretarlo y en cambio se caracterizó como Neustadt y Caputo, dos de los personajes más reconocibles en el repertorio de Sapag. La disputa no tomó estado público y quedó como una compulsa televisada, cuya trastienda alió a la luz años más tarde, cuando lo reveló Hugo Sofovich.

En medio de la recuperación democrática, las grandes estrellas de su colección fueron los polĂ­ticos, con el entonces presidente Raúl AlfonsĂ­n y su saludo de las manos cruzadas; y el futuro primer mandatario Carlos Saúl Menem, enfatizando su erre riojana, a la cabeza. Con ellos y con tantos otros mantuvo encuentros cara a cara y allegados a los polĂ­ticos veĂ­an con buenos ojos las imitaciones, que los humanizaban y acercaban a la gente. Pero su caracterización emblemática de la época fue el entonces Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Dante Caputo, de quien exacerbó su dicción afrancesada y su muletilla “a lo largo, a lo ancho y a lo alto del paĂ­s” que casi genera un escándalo de proporciones.

Todo ocurrió en en diciembre de 1984, cuando el humorista hacĂ­a temporada en Mar del Plata y el presidente guardaba reposo en la residencia de Chapadmalal. Caracterizado como el canciller, Sapag se presentó en un coche de alta gama dispuesto a jugar una broma por el dĂ­a de los inocentes. Pasó el primer control, hizo lo propio con el segundo, hasta que finalmente un custodio lo reconoció. Hasta ese momento, nadie habĂ­a reparado en que el ministro verdadero estaba en el exterior en un viaje diplomático. En el momento se armó un revuelo en torno a la seguridad presidencial que con el tiempo fue suavizado. Incluso el hijo del ex presidente se refirió de manera jocosa al tema. “Se divertĂ­a muchĂ­simo y decĂ­a que lo imitaba muy bien”, destacó Ricardo en el citado programa de El Trece.



Aún en sus momentos de mayor éxito y popularidad, cuando Romay lo “retaba” por hacer apenas 40 puntos de rating, Mario cultivó un bajo perfil. Casado durante muchos años con Mirtha y padre de Karina y AnahĂ­, se definĂ­a como introvertido y mantuvo su familia a resguardo del torbellino mediático y del calor popular. Contaba que sus hijas se sonrojaban cada vez que le pedĂ­an un autógrafo o lo saludaban por la calle, y él también se incomodaba. Si bien trabajó desde muy joven, la fama le habĂ­a llegado de grande y encontraba allĂ­ una explicación a su conducta, en la que se sentĂ­a a gusto resguardado por sus mil personajes.

La vida después del éxito

Luego de cinco temporadas con su programa, llegó el fin de Las mil y una, y Mario nunca pudo repetir un fenómeno similar. Durante la década del ‘90, volvió a las mesas de Polémica en el bar y tuvo ciclos propios, como El humor es más fuerte o Imitaciones peligrosas, pero sin el éxito de antaño. Pero él mostró rencor ni pasó facturas. “Esta carrera es hermosa, me he caĂ­do muchas veces pero no me he arrastrado. Me he caĂ­do, me levanté y seguĂ­ adelante”, destacó en una entrevista en Sábado bus.



Ya en los 2000, su rostro se alejó de la pantalla chica, a la que volvió, paradójicamente, con su voz. Justamente él, que habĂ­a jugado durante años con los modos y las inflexiones de los personajes más populares, de alguna manera jugó a imitarse a él mismo para una recordada publicidad de cerveza, que caracterizaba a los personajes del verano. Bastó ajustar la sintonĂ­a para descubrir que detrás de aquel locutor que describĂ­a a los de la segunda quincena y a los inadaptados de siempre estaba el legendario imitador, que vivió un florecer mediático.

En 2006 lo llamaron de Gladiadores de Pompeya, una tira que se emitĂ­a por Canal 9, para personificar a un relator de peleas en una trama de costumbrismo retro donde volvió a compartir con Palito Ortega y Carlitos Balá. Además, puso la voz en off para Cámara en mano, el ciclo de MatĂ­as Martin y se produjo su esperado regreso a las tablas. En Mar del Plata, la ciudad que habĂ­a sido testigo de sus grandes producciones. Lo hizo en la obra Primera dama se busca, en el verano 2010, como parte de un elenco con Carlos Perciavalle, Fabián Gianola, MarĂ­a Eugenia Ritó y Gladys Florimonte. AllĂ­ trascendió el primer alerta con su salud, cuando padeció una arritmia cardĂ­aca y debió ser internado en una clĂ­nica de la ciudad balnearia.



Para el año siguiente estaba pautado su regreso a calle Corrientes, de la mano de Ricardo Fort que por ese entonces revolucionaba el mundo del espectáculo. “Se suma un grande del teatro y la televisión a Fortuna 2, Mario Sapag. Un honor para mĂ­ y para todo el elenco que un actor de la talla de Sapag trabaje con nosotros. ÂĄGracias Mario!”, escribió el empresario chocolatero en un anuncio en Facebook sobre la emblemática obra que llevó su sello.

Pero Mario solo pudo realizar algunas funciones. El 25 de mayo, el dĂ­a que cumplĂ­a 76 años, fue internado por complicaciones cardĂ­acas en el Sanatorio Anchorena y más allá de algunas mejorĂ­as temporales, ya no pudo recuperarse. Pasó los últimos dĂ­as con la compañĂ­a de sus hijas, y con el bajo perfil que habĂ­a caracterizado su carrera. Pero dejó una huella gigante en una manera de hacer humor en televisión y un legado en el que se reflejaron las nuevas camadas de imitadores, como Fredy Villarreal y MartĂ­n Bossi, a quienes veĂ­a como sus sucesores. “En 43 años nunca dije una mala palabra en televisión”, le confesó a Nicolás Repetto en aquella recordada entrevista. Una declaración de principios que bien define su semblanza.

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