Tesla, el hombre que cambió el mundo pero terminó en el olvido

Se cumplen 77 años de la muerte del inventor que cambió para siempre la distribución eléctrica. Autor de cientos de licencias que buscaban mejorar la sociedad terminó su vida en bancarrota.

En un episodio de la cuarta temporada de Dr House, una crĂ­ptica leyenda aparecĂ­a en la pizarra de una de las salas del hospital: “A Tesla le robaron”. El guiño, insertado en una de las series más populares de mediados de los 2000, era apenas una muestra del rescate, iniciado una década antes, de quien fuera uno de los más grandes cientĂ­ficos de todos los tiempos: Nikola Tesla.



Desde entonces, proliferaron biografĂ­as, pelĂ­culas y relatos que retratan -muchas veces no exentas del barniz de la leyenda- la vida de este hombre que nació en un entorno rural del antiguo Imperio Austro Húngaro, triunfó en Estados Unidos al punto de ser portada de revistas y codearse con el jet-set de la época y murió con serias dificultades económicas, rodeado de un aura de cientĂ­fico loco y sumido en el descrédito y el olvido.

Y si bien hoy tanto la ciencia como el arte consideran a Nikola Tesla como el verdadero fundador de la tecnologĂ­a moderna, a nivel popular sus méritos recayeron durante muchos años en otras dos figuras del momento: Thomas Alva Edison y Guillermo Marconi.

Su obituario en el New York Times lo describe como un "inventor prolĂ­fico" y le atribuye el motor de inducción, dĂ­namos, transformadores, condensadores y bobinas especializadas que todavĂ­a se utilizan en equipos eléctricos, desde automóviles hasta televisores. Su investigación también contribuyó a algunos de los avances más significativos en comunicaciones inalámbricas, transmisión inalámbrica de energĂ­a eléctrica, microscopio electrónico, iluminación fluorescente, láser, control remoto, robótica, aviones de despegue vertical y rayos X. Registró más de 700 patentes en todo el mundo. Su visión incluyó la exploración de la energĂ­a solar y el poder del mar. Previó comunicaciones interplanetarias y satélites. Pero, ante todo, hay que subrayar que Tesla es el padre de la radio y los modernos sistemas de transmisión eléctrica. Y es aquĂ­ donde, 50 años después de la muerte del genial inventor, Edison, Marconi, Westinghouse y JP Morgan, además de la Historia oficial de la ciencia, tuvieron que empezar a rendir algunas cuentas.

Una mente brillante

Nacido en 1856, fue un fiel representante del espĂ­ritu de esa época y dueño de una fe inquebrantable en el progreso. Si bien es cierto que la transmisión inalámbrica de energĂ­a constituirĂ­a la obsesión del cientĂ­fico serbio durante toda su vida, no fue, por cierto, la única de sus peculiaridades.

Alumno sobresaliente, desde niño estuvo dotado de memoria eidética, conocida vulgarmente como fotográfica, la misma de la que presume Sheldon Cooper, uno de los protagonistas de The Bing Bang Theory.



Fue una tragedia familiar la que potenció sus dones. Según cuenta el propio Tesla en Mis inventos, luego de que su hermano Daniel muriera a los 12 años, se sometió a una férrea disciplina para sobresalir en todo, con la esperanza de aliviar a sus padres por la pérdida. Trataba de ser más austero, más generoso y estudioso que sus compañeros, sacándoles ventaja en todos los campos.

En su opinión, como explicarĂ­a más adelante, fue la negación de sĂ­ mismo y la represión de sus impulsos naturales lo que le llevó a desarrollar las extrañas manĂ­as que lo atormentaban. TenĂ­a una exacerbada obsesión con los gérmenes, muy probablemente a raĂ­z del paludismo, cólera y otras dolencias que lo maltrataron durante sus primeros años. Para poder disfrutar de lo que comĂ­a o bebĂ­a, debĂ­a calcular el volumen de los platos de sopa, de las tazas de café o de los alimentos sólidos. Por otro lado, estaba obsesionado con los números 3, 6 y 9, en cuya magnificencia, decĂ­a, se encontraba la llave del Universo. De ahĂ­ que practicara diversos rituales en torno al número 3 desde caminar alrededor de un mosaico, ladrillo o piedra tres veces antes de entrar en un edificio, requerir 18 (un número divisible por 3) servilletas para pulir los cubiertos y vasos que usaba cada noche y alojarse en habitaciones de hotel cuyos números también fueran divisibles por 3.



A los diecisiete se volcó de lleno al mundo de la invención. En ese momento descubrió que no le hacĂ­a falta recurrir a maquetas, planos o experimentos, sino que era capaz de plasmar sus creaciones en la realidad tal como las habĂ­a imaginado.

En 1875 se matriculó en la Escuela Politécnica AustrĂ­aca de Graz. AllĂ­ conocerĂ­a a la persona que lo iniciarĂ­a en las sorprendentes posibilidades que encerraban los motores eléctricos: el profesor Poeschl, que impartĂ­a clases de fĂ­sica teórica y experimental. Un dĂ­a recibieron un aparato que funcionaba con corriente continua y podĂ­a utilizarse como motor o como dĂ­namo. Cuando lo pusieron en marcha, comenzó a soltar chispas sin parar y Tesla comentó que aquel artilugio funcionarĂ­a mucho mejor si prescindiesen del interruptor y se alimentase con corriente alterna. Y aunque el profesor desestimó la idea y el joven serbio no tenĂ­a ni idea de cómo conseguirlo, algo le decĂ­a que tenĂ­a la respuesta en la cabeza. “Para mĂ­ era una especie de voto sagrado, una cuestión de vida o muerte. Si no daba con la solución, mi vida no tendrĂ­a sentido”, contarĂ­a tiempo después.

Luego de una temporada en la oficina de telégrafos de Budapest, donde no tardó en ascender a la categorĂ­a de ingeniero, obtuvo una recomendación para trabajar en la filial telefónica parisina de la Continental Edison Company, con el objetivo de convencer a los ejecutivos de los enormes beneficios potenciales que ofrecĂ­a la corriente alterna. Cuando se enteró del rechazo que provocaba en el propio Edison tal posibilidad, se sintió profundamente decepcionado.

Sin embargo, algo bueno sacó de su estancia en ParĂ­s: Charles Batchelor, director de la planta, amigo Ă­ntimo y colaborador de Edison durante muchos años, se dio cuenta del talento del joven y escribió una carta de recomendación para animarlo a trasladarse a Estados Unidos, adonde llegó en junio de 1884.

Su pelea con Edison y el avance de sus ideas

"Si no tiene como finalidad la mejorĂ­a de las condiciones humanas, la ciencia es una perversión", repetĂ­a Tesla, quien estaba impresionado por la reputación de Edison, un hombre que, carente de formación académica, habĂ­a inventado centenares de cosas útiles. En su ingenuidad, estaba lejos de sospechar que Edison no sólo se vanagloriaba de robar creaciones ajenas cuando hacĂ­a falta sino que solĂ­a afirmar que reconocĂ­a la importancia de sus inventos por los dólares que le hacĂ­a ganar. Lo demás le importaba poco.

La nota de Batchelor era insoslayable: "Conozco a dos grandes hombres, y usted es uno de ellos. El otro es el joven portador de esta carta". No sin cierto recelo, Edison leyó la carta e interrogó a Tesla sobre sus aptitudes. El joven describió su trayectoria laboral pero cuando comenzó a entusiasmarse con las excelencias del motor de inducción de corriente alterna, basado en su descubrimiento del campo magnético rotatorio, su empleador lo frenó en seco. "Ahórreme esos disparates que, además, son peligrosos. Esta nación se ha decantado por la corriente continua. No seré yo quien eche por tierra lo que la gente quiere", dijo el empresario.

Sin embargo, no tardó en reconocer la brillantez de aquel extranjero que, además, trabajaba 18 horas diarias. Tesla pronto descubrió una solución para que las rudimentarias dinamos de Edison, si bien limitadas a la producción de corriente continua, funcionasen de forma más eficiente.

Le propuso rediseñarlas, asegurando que, además, le ahorrarĂ­an mucho dinero. A cambio, el empresario le prometió 50.000 dólares si lo lograba. Tesla trabajó casi un año sin descanso, cuando consiguió los resultados y reclamó el dinero la respuesta no fue la esperada: "Tesla, ¡qué poco ha aprendido usted del humor americano!", dijo Edison.

El serbio renunció inmediatamente. El reconocimiento obtenido en sus años de trabajo hizo que varios inversores se interesaran en financiar sus proyectos. En 1888 George Westinghouse, propietario de la Westinghouse Electric, fundada dos años antes para competir con la General Electric de Edison, le propuso comprarle su sistema de corriente alterna, vislumbrando el potencial que permitirĂ­a el transporte de electricidad de alto voltaje a cualquier lugar de los Estados Unidos.

Ya sabĂ­a que el sistema de Edison, que utilizaba la corriente continua (CC) era poco adecuado para responder a la creciente demanda de electricidad. La energĂ­a fluĂ­a en una sola dirección y muchas veces los cables se derretĂ­an. El sistema no permitĂ­a transmitir energĂ­a a distancias superiores a 1 o 2 km, por lo que debĂ­an instalarse generadores por toda la ciudad. Y como tampoco se podĂ­a transformar el voltaje, se necesitaban lĂ­neas eléctricas por separado para proporcionar energĂ­a tanto a las industrias como a los hogares de forma eficiente, segura y económica. En contrapartida, Tesla habĂ­a diseñado un sistema de generación y transmisión de corriente alterna (CA) que permitĂ­a que el voltaje se elevara con un transformador antes de transportarse a largas distancias y, una vez en su destino, se redujera para proporcionar energĂ­a con seguridad.

La guerra de corrientes

La comercialización de aquel nuevo sistema de energĂ­a marcó el inicio de la “guerra de corrientes”, que enfrentó durante casi una década –entre fines de 1880 y comienzo de 1890- a Thomas Alva Edison y la General Electric, por un lado, con Nikola Tesla y la Westinghouse Electric, por otro.

Edison emprendió una campaña de difamación y desprestigio de la corriente alterna. Llenó la ciudad de carteles que advertĂ­an de los peligros que suponĂ­a y llegó a electrocutar en público a perros, caballos e incluso a una elefante, Topsy, en 1903. Además, con la misma intención de demostrar que el invento de sus oponentes solo servĂ­a para la destrucción, uno de sus empleados, Harold Brown colaboró en la invención de la silla eléctrica.

Aquel enfrentamiento tuvo su episodio final en la Exposición Universal de Chicago de 1893, un evento de gran repercusión internacional. Los organizadores buscaban una fórmula para iluminar el recinto y por eso recurrieron tanto a Edison como a Tesla. El primero les pidió un millón de dólares para implementarlo. El segundo presentó un presupuesto que reducĂ­a esa cantidad a la mitad y que, además, libraba a la feria del enjambre de cables que suponĂ­a la opción de su rival.

La exposición fue una especie de ring para ambos sistemas. Con chispas en los dedos, Tesla montó un espectáculo para mostrar la belleza y el poder de su invención. A Edison no le fue tan bien: al encender el interruptor de su bombilla incandescente, todas las luces de Chicago se atenuaron.



Tres años más tarde, Buffalo se convirtió en la primera ciudad de Estados Unidos en iluminarse por corriente alterna, después de que The Westinghouse Electric instalara una central hidroeléctrica en las cataratas del Niágara capaz de enviar energĂ­a hasta a 32 km de distancia.

El descubrimiento de Tesla se imponĂ­a sobre el Edison y pasarĂ­a a ser la energĂ­a de consumo masivo del siglo XX.

Después de esta victoria en la guerra de las corrientes, Tesla fue reconocido ampliamente como uno de los más grandes ingenieros eléctricos de Estados Unidos. Su fama lo convirtió en una de las personalidades más célebres para la prensa estadounidense y sus descubrimientos comenzaron a aparecer en revistas cientĂ­ficas, diarios y en las principales publicaciones literarias e intelectuales de la época.

Alto, elegante y siempre bien vestido, Nikola era un galán pero nunca se casó ni entabló relación sentimental alguna.



El hombre que anticipó el futuro

A mediados de 1890, el serbio estaba trabajando en la idea de transmitir señales a través de la atmósfera de la Tierra, con lo cual no sólo crearĂ­a un sistema de comunicación, si no de distribución de energĂ­a para todo el planeta. Comenzó a desarrollar experimentos, primero en su laboratorio de Nueva York y más tarde en su estación experimental de Colorado Springs. Este proyecto sedujo al financiero J.P. Morgan, quien en marzo de 1901 invirtió 150 mil dólares en la construcción de la torre Wardenclyffe a cambio de una participación del 51% sobre cualquier patente inalámbrica generada.

Morgan estaba muy impresionado por los logros de Guglielmo Marconi, su rival en aquella carrera tecnológica pero Tesla logró convencer al magnate con las innumerables aplicaciones de su proyecto: “En cuanto esté terminado, un hombre de negocios de Nueva York podrá dictar instrucciones y estas aparecerán transcriptas al instante en sus oficinas de Londres o cualquier otro lugar”, aseguró.



“Un dispositivo barato, no mayor que un reloj, permitirá a quien lo lleve escuchar en cualquier lugar música, canciones o un discurso pronunciado en algún otro lugar, aunque sea distante. De ese modo cualquier imagen, sĂ­mbolo, dibujo o impresión podrán ser transferidos de uno a otro lugar. Millones de esos dispositivos podrán operar desde una estación como esta”, agregó.

Pero en diciembre de 1901 sus proyectos recibieron un golpe mortal: basándose en 17 patentes de Tesla, Marconi logró transmitir la letra “S” en código Morse desde Inglaterra a Canadá. Y en tiempos de incertidumbre financiera como el que atravesaban, J.P. Morgan y el resto de los inversores prefirieron apostar por el sistema del italiano, negándose a darle más fondos para mejorar Wardenclyffe.

Tesla no se rindió. Terminó la torre en 1902 y allĂ­ realizó experimentos hasta 1905, sin logran poner en marcha su soñada estación de telecomunicaciones. Ese mismo año expiraron sus patentes de corriente alterna, y con ellas la fuente de financiación que le quedaba. Finalmente tuvo que abandonar el proyecto, que la prensa calificó de “farsa”.



En 1909, Marconi y el alemán Cari F. Braun ganaron el premio Nobel de FĂ­sica "por sus investigaciones independientes, pero convergentes, en el desarrollo de la telegrafĂ­a sin hilos". Seis años más tarde, Tesla demandarĂ­a a Marconi pero recién en 1943, seis meses después de su muerte, la Corte Suprema de Estados Unidos revocó las patentes de radio de Marconi y se las otorgó al serbio.


Un final amargo

En 1925, Tesla estaba en bancarrota: la mayorĂ­a de sus patentes se habĂ­an agotado y tenĂ­a problemas con los nuevos desarrollos. Desde 1900 vivĂ­a en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York, donde acumuló una gran factura impaga. En 1922, se trasladó al Hotel St. Regis y a partir de entonces seguirĂ­a un patrón de mudarse a un nuevo hotel cada pocos años, dejando cuentas sin saldar.

En 1934, se mudó al Hotel Wyndham New Yorker y la Westinghouse Company le pagó 125 dólares por mes, además del alquiler durante el resto de su vida, preocupados por la posible mala publicidad en torno a las condiciones empobrecidas en las que vivĂ­a su ex inventor estrella. AsĂ­ acordaron un pago en concepto de "tarifa de consultorĂ­a" para evitar la aversión de Tesla a aceptar caridad.

Sus decepciones se hicieron evidentes en sus discursos y comenzó a compartir sus ideas con los periodistas tal y como se le venĂ­an a la cabeza, dando a veces cierta sensación de megalomanĂ­a.

De esa manera cimentó la imagen de cientĂ­fico excéntrico, que tras su muerte contribuirĂ­a a borrarlo de la historia. Aseguró haber hecho contacto con extraterrestres, desarrollado un motor que funcionaba con rayos cósmicos, descubierto una técnica para fotografiar pensamientos y creado el rayo de la muerte.

Pobre, rodeado de palomas y con sus rasgos obsesivos acentuados, murió de un paro cardĂ­aco en New York el 7 de enero de 1943. TenĂ­a 87 años.

Por si el escarnio popular no fuera suficiente, a los pocos dĂ­as el Gobierno estadounidense incautó a través del FBI todos sus documentos, incluyendo estudios e investigaciones propias. Su familia tardó años en recuperarlos y desde entonces se encuentran expuestos en el Museo de Nikola Tesla de Belgrado.

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