La mujer relató que como asistĂa a un colegio religioso, le decĂan que lo que le pasaba era "un castigo de Dios".
Hace ya varios años, a principios de la década de 1970, Marie McCreadie se mudó de Londres a Australia con su familia para empezar una nueva vida. Ella, muy chiquita, no se imaginaba lo que le iba pasar.
Cuando lograba encariñarse con su nueva ciudad, y hasta podĂa imitar el acento australiano con facilidad, algo que no estaba en los planes cambió todo. “Me desperté con un fuerte dolor de garganta y con un gran resfriado; uno o dos dĂas más tarde tuve bronquitis”, le cuenta Marie a medios locales
En la primera semana en la cual se sentĂa mal, la irritación de su garganta era “muy intensa” por la fiebre. Cuando bajó la temperatura, la infección en su pecho habĂa desaparecido –seis semanas después–, hasta empezó a sentirse mejor, “normal”, explica, y agrega: “Pero mi voz no regresó”.
En un principio, ella imaginaba que era cuestión de tiempo, un tiempo breve, para que recupere el habla. A medida que iban pasando los dĂas, se daba cuenta que no sólo estaba comprometida el habla, sino que tampoco podĂa emitir ningún tipo de sonido. Ni su tos emitĂa ruido, ni una voz ronca, una risa sofocada, un susurro, nada.
Lógicamente acudió a uno, dos, varios doctores y recibió diversos diagnósticos. Todos equivocados. Llegaron a decirle que padecĂa de mutismo histérico, un trastorno de la función vocal que no depende de la función del cuerpo, ya que el silencio se da de forma voluntaria.
El médico de la familia creĂa que Marie se negaba a hablar. Algo que claramente no era asĂ, o por lo menos ella no lo sentĂa asĂ. Su vida cambió rotundamente. Lo que antes resultaba sencillo, como llamar por teléfono, se le volvió una odisea. Si tenĂa un accidente, no podĂa gritar. Algo que le generaba temor a la hora de decidir qué actividad hacer durante el dĂa.
Su vida en la escuela también cambió radicalmente. "Yo siempre llevaba pequeños cuadernos de notas y un lapicero, y me dedicaba a escribir. Algunos de mis amigos podĂan leer los labios, pero no siempre. A veces no podĂa meterme en las conversaciones", explica a un medio británico.
Sufrió varias frustraciones y vergĂĽenzas, no pudo formar parte del coro del colegio, no podĂa conversar con compañeros. "Yo solo querĂa gritarles, pero me lo tenĂa que guardar todo para mĂ. TenĂa toda esa rabia e ira dentro que no podĂa liberar. Estaba enojada conmigo misma por no poder comunicarme y me culpaba por eso", describió.
Una monja, en el colegio católico al cual asistĂa, llegó a decirle, al no haber razón fĂsica de estar muda, que dios la estaba castigando. Luego fueron sus compañeros que se hicieron eco de esta idea y le decĂan que debĂa confesar sus pecados para recuperar la voz. Llegó al punto de cuestionarse a sĂ misma: "En el mundo en el que crecimos el cura, las monjas y los médicos siempre tenĂan razón. No lo ponĂas en duda".
Pero los malos tragos no sólo se limitaban a la escuela, sus vecinos creĂan que estaba loca; una amiga de la madre le sugirió que la abandone. A los 14 años trató de quitarse la vida. Cuando se recuperó, en vez de volver a la escuela, la trasladaron a un hospital psiquiátrico.
"Eso fue un infierno, una pesadilla. HabĂa drogadictos, personas con crisis nerviosas, una mujer que creo que habĂa sufrido abusos... Yo era la más joven y era muy influenciable", explica Marie, quien logró escapar de ese lugar y, convencida de que no recuperarĂa la voz, trató de reconstruir su vida. Aprendió lenguaje de signos, volvió a estudiar y aprendió mecanografĂa.
Tiempo después, cuando tenĂa 25 años, comenzó a sentirse muy mal en el trabajo. "Empecé a toser y me salió sangre de la boca. Pensé que me morĂa. PodĂa sentir algo moviéndose en el fondo de mi garganta. En un momento dado pensé que estaba tosiendo mis entrañas. Ahora parece una estupidez, pero en ese momento tu cabeza da vueltas", explicó Marie.
Una vez en el hospital, los médicos le extrajeron un bulto de la garganta. Se trataba de una moneda de tres peniques. Una moneda que estuvo atascada en su garganta 12 años al lado de sus cuerdas vocales, impidiendo que vibren y emitan sonido alguno.
Marie recuperó la voz, y asĂ lo vivió: "Pude sentir el sonido en mi garganta, gemidos, sollozos. Al principio, no sabĂa de dónde venĂa ese ruido. Pensé que alguien se estaba metiendo conmigo".
ÂżCómo nadie la habĂa visto?, es lo que todos se preguntan. Los médicos se excusan en que, al estar en la garganta, no se podĂa ver mediante una radiografĂa.
La moneda, esa maldita moneda, lejos de no querer verla más, Marie, ahora de 48 años, la conserva. La tiene en una pulsera que utiliza de vez en cuando. Y su historia, también, lejos de quedar enterrada, fue publicada en su libro llamado “Voiceless” (sin voz) en julio de 2019.
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