Cómo la CIA espió a la Argentina durante la guerra de Malvinas y le pasó información a Gran Bretaña

Documentos secretos revelaron que 120 paĂ­ses contrataban las máquinas codificadoras de mensajes de Crypto, que en secreto pertenecĂ­a a la Agencia Central de Inteligencia y a su par alemana. En 1970 un ingeniero viajó a la Argentina para manipular los dispositivos, de manera tal que los mensajes pudieran ser espiados

Cuando Ronald Reagan habló públicamente sobre la imparcialidad de los Estados Unidos en el conflicto entre Argentina y Gran Bretaña de 1982, Margaret Thatcher le preguntó al secretario de Estado Alexander Haig, quien cumplĂ­a una visita oficial en Londres a seis dĂ­as del desembarco del 2 de abril en las Islas Malvinas, cómo era eso de que la Casa Blanca se ofrecĂ­a como un mediador desinteresado.

—Seguramente la primera ministra sabe dónde se ubica el presidente —la tranquilizó el funcionario de Reagan—. No somos imparciales.

La revelación, hecha a 30 años de la guerra por un documento desclasificado, incluyó también el agradecimiento de Thatcher “por la cooperación de los Estados Unidos en asuntos de Inteligencia y el uso de la isla de Ascensión”. Y Haig se disculpó porque, tras haber “analizado la situación con detenimiento” pensaba que habĂ­a existido “una falla de inteligencia”.

Algo que no volverĂ­a a suceder, según un nuevo documento, todavĂ­a secreto, al que accedieron The Washington Post y la televisión pública alemana, ZDF.

Para reforzar la capacidad de espiar a los argentinos la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contaba con un recurso extraordinario: las máquinas de Crypto AG, una compañĂ­a suiza de encriptación. Vendidas a más de 120 paĂ­ses, entre ellos Argentina, permitĂ­an que Crypto pudiera acceder a los mensajes que se cifraran en ellas. Y la empresa, que existĂ­a desde la Segunda Guerra Mundial, era en realidad propiedad de la CIA y el servicio secreto alemán, BND, que la habĂ­an comprado en secreto en 1970, por USD 5,75 millones.



De ese modo el gobierno de Reagan logró hackear todas las comunicaciones de las fuerzas armadas de la dictadura argentina —se desconoce si la CIA también conocĂ­a las prácticas del terrorismo de Estado con más profundidad de la que han admitido sus documentos hasta la fecha— que se codificaban en los dispositivos CAD 500, por ejemplo. Leopoldo Galtieri, presidente de facto en ese momento, pagaba por esa tecnologĂ­a e ignoraba que asĂ­ facilitaba y financiaba su propio espionaje.

“En 1982 el gobierno de Reagan aprovechó la confianza de Argentina en el equipamiento de Crypto y canalizó la inteligencia a Gran Bretaña durante la breve guerra entre los dos paĂ­ses por las islas Malvinas —citó el Post, que empleó el nombre Falklands—, según el relato de la CIA, que no brinda más detalles sobre qué clase de información se pasó a Londres. En general los documentos comentan la inteligencia recogida en la operación en términos amplios y ofrecen escasos detalles sobre el modo en que se la empleó".

Luego de la derrota, los militares argentinos sospecharon de las máquinas, entre otros elementos. En 2012 se conoció, entre esos otros factores, que la CIA hizo análisis de fotografĂ­as aéreas que permitieron que Reagan compartiera con Thatcher un gran detalle de las fuerzas: “Los buques presentes incluyen el portaaviones 25 de Mayo sin aviones en la cubierta de vuelo", detalló un documento sobre las observaciones en la base naval de Puerto Belgrano.



Otro informó sobre lo que se veĂ­a en “instalaciones militares argentinas” en las áreas de “Curuzú Cuatiá, Reconquista, General Urquiza, Mariano Moreno, Buenos Aires, Tandil, Mar del Plata, BahĂ­a Blanca, Comandante Espora y Puerto Belgrano”, lo cual le permitió medir cómo se incrementaban o disminuĂ­an los despliegues: “Ocho Mirage III/V, un posible Mirage III/V y un probable 707 argentino están en el aeródromo de Tandil. Mirage III/V está en la pista, siete Mirage III/V están en los dos estacionamientos principales y un posible Mirage III/V en el área de mantenimiento. El 707 está en el estacionamiento con la puerta de carga del costado abierta”.

Al recelar de los dispositivos suizos CAG 500, los militares argentinos se quejaron a la compañĂ­a que, no sabĂ­an pertenecĂ­a a la CompañĂ­a. “Luego de la guerra de Malvinas, los argentinos descubrieron que los británicos y los estadounidenses habĂ­an penetrado sus sistemas", dice el documento publicado por el periódico y ZDF. “Los argentinos, furiosos, convocaron a Henry a Buenos Aires para que lo explicara”.

Henry era el nombre en clave de Kjell-Ove Widman, un profesor de matemática que hoy disfruta de su jubilación en Estocolmo y no quiso hablar con la prensa. Además de cientĂ­fico, era un militar de la reserva que habĂ­a colaborado con la inteligencia sueca y habĂ­a mostrado admiración por los Estados Unidos durante el año que pasó en Washington en un intercambio estudiantil. AhĂ­ le habĂ­a quedado Henry: la familia que lo habĂ­a recibido no podĂ­a pronunciar Kjell-Ove.



Su reclutamiento fue sencillo: luego del sondeo de rigor, a cargo de la inteligencia de Suecia, en 1979 viajó a Munich como candidato a un empleo en Crypto. Lo entrevistaron ejecutivos de la empresa y Jelto Burmeister, un oficial del BND.

—¿Usted sabe qué es ZfCh? —le preguntó por la Zentralstelle fĂŒr das Chiffrierwesen, la autoridad criptográfica de Alemania Federal.

—SĂ­ —contestó Henry.

—Bueno, Âży entiende quién es realmente el propietario de Crypto AG?

En ese momento le presentaron a Richard Schroeder, “un oficial de la CIA destinado a Munich para gestionar la participación de la agencia en Crypto”, según The Washington Post. “Widman luego dirĂ­a a los historiadores de la agencia que entonces su mundo se vino abajo. Si fue asĂ­, no dudó en incorporarse a la operación”.

Cuando le tocó ir a Buenos Aires como “consejero cientĂ­fico”, habló con los militares argentinos. “El asunto no era sencillo, dijo Henry”, según los nuevos documentos secretos de la CIA. “ParecĂ­a que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, de los Estados Unidos) habĂ­a entrado a un sistema analógico de voz: esos sistemas eran notoriamente débiles, dijo. Pero los sistemas CAG eran inquebrantables”.



El sabĂ­a que los algoritmos habĂ­an sido tocados, pero sobre todo sabĂ­a que eso estaba hecho “con una prominencia técnica” que garantizaba que el hackeo fuera “imposible de detectar mediante las pruebas estadĂ­sticas habituales” y que, en caso de que se los descubriera, se podĂ­an “enmascarar fácilmente como errores de implementación o errores humanos”.

Acaso explicó eso. Lo cierto es que los militares de la dictadura creyeron en él: "El engaño funcionó. A los argentinos les costó tragárselo, pero siguieron comprando el equipamiento CAG”, dice el documento.

Las sospechas de Argentina se reavivaron en 1995, sin embargo.

Tres años antes un vendedor de Crypto, Hans Buehler, habĂ­a viajado despreocupadamente a Irán, como otras 24 veces antes, para ofrecer sus productos, pero sus clientes en los servicios de inteligencia lo detuvieron en una celda de aislamiento y lo acusaron de ser un espĂ­a a sueldo de los Estados Unidos y Alemania.

“Me interrogaron durante cinco horas por dĂ­a durante nueve meses”, dijo Buehler a The Baltimore Sun, el primer medio del mundo que investigó a Crypto en 1995.



La empresa pagó USD 1 millón y Buehler regresó a Suiza. Se asombró al encontrarse despedido y entender que, mientras se consideraba un buen vendedor de un producto útil, en realidad habĂ­a estado poniendo su vida en peligro. “Habló con varios ex empleados de Crypto que le contaron que creĂ­an que la firma llevaba mucho tiempo cooperando con la inteligencia de los Estados Unidos y de Alemania”. Uno de ellos habĂ­a estado en Argentina.

“Un ex ingeniero dijo que la primera vez que escuchó que las máquinas se ‘ajustaban’ fue de boca de Boris Hagelin Jr., hijo del fundador de la empresa y gerente de ventas para América del Norte y del Sur. Una vez que habĂ­an quedado solos en Buenos Aires, por unos pocos dĂ­as, en 1970, Hagelin hijo se habĂ­a quejado al ingeniero de que su padre lo obligaba a amañar las máquinas”, publicó el Sun.

Al regresar a Suiza el ingeniero habló con Hagelin, quien confirmó los dichos de su hijo. “Dijo que los distintos paĂ­ses necesitaban niveles diferentes de seguridad”, lo citó el hombre, que pidió no ser identificado. Siguió el periódico de Baltimore: “Mientras que los Estados Unidos y otros paĂ­ses lĂ­deres occidentales necesitaban comunicaciones completamente seguras, le explicó Hagelin, tal seguridad no serĂ­a apropiada para los paĂ­ses del Tercer Mundo que eran los clientes de Crypto”.



Tras la explicación paternalista, Hagelin le dijo al ingeniero: “Tenemos que hacerlo”. No abundó en detalles sobre quiénes eran ellos, el sujeto tácito.

Pero el escándalo fue grande, y al menos cinco paĂ­ses cancelaron los contratos con Crypto en 1995: Argentina, Italia, Arabia Saudita, Egipto e Indonesia.

AsĂ­ se comenzó a conocer la operación que, 25 años más tarde, revelaron el Post y ZDF. Originalmente se llamó Thesaurus y luego Rubicón, porque acaso hubiera sido mucho llamarla Caballo de Troya: hacia la década de 1980, la descodificación del material que los clientes de Crypto enviaban confiadamente representó el 40% de todas las comunicaciones que los analistas de mensajes encriptados de la CIA procesaron para producir informes de inteligencia, y el 90% en el caso del BND. Mientras tanto, la CIA y el BND cobraban millones por los contratos a esos mismos paĂ­ses.

“Fue el golpe de inteligencia del siglo”, estimaron los documentos secretos que consiguieron los periodistas. “Los gobiernos extranjeros pagaban buenas cifras por el privilegio de que al menos dos (y posiblemente cinco o seis) potencias extranjeras leyeran sus comunicaciones secretas”. La estimación podrĂ­a aludir al acuerdo Five Eyes, por el cual los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda compartĂ­an inteligencia: cinco ojos más el sexto de Alemania.



La empresa del ruso Boris Hagelin, quien luego de la revolución bolchevique se instaló en Suecia y, durante la Segunda Guerra Mundial, ante la invasión nazi a Noruega, pasó a los Estados Unidos, produjo originalmente unas 140.000 máquinas de codificación portátiles para las tropas aliadas. Luego de 1945 Hagelin regresó a Europa, y se instaló en Suiza, cuya proclamada neutralidad resultó óptima para su negocio.

Pero la NSA lo convenció primero de restringir la venta de sus equipos más modernos a algunos paĂ­ses aprobados por el Departamento de Estado, y de no desperdiciar el resto de su inventario —máquinas que los criptógrafos estadounidenses podĂ­an hackear—, sino venderlo a otros. Más aún: le pagarĂ­an USD 700.000 para compensar las pérdidas potenciales que ese acuerdo de caballeros podrĂ­a causarle.

"En 1960 la CIA y Hagelin celebraron un ‘convenio de licenciamiento’ que le pagó USD 855.000 para renovar su compromiso con aquel acuerdo de palabra. La agencia le pagó USD 70.000 por año de anticipo y comenzó a darle inyecciones de efectivo de USD 10.000 a la empresa en concepto de ‘gastos de marketing’ para garantizar que Crypto —y no otros advenedizos en el negocio de la encriptación— cerrara contratos con la mayorĂ­a de los gobiernos del mundo.

La llegada de los circuitos integrados acercó más aún a los estadounidenses y la empresa suiza: en 1967 el nuevo modelo, completamente electrónico, de Hagelin, el H-460, contó con diseño interno de la NSA.



La inteligencia francesa, que seguĂ­a de cerca esa evolución, le ofreció un trato a la inteligencia de Alemania Occidental: comprar Crypto. Pero Hagelin se negó. En 1970, en cambio, aceptó la oferta de los alemanes y la CIA, que se disimuló tras una fachada de compañĂ­as con sede en Lichtenstein. El nombre en código de Crypto fue Minerva.

La firma creció, administrada por sus dueños reales: duplicó su personal y llegó a vender equipos a más de 120 paĂ­ses hasta bien entrado el siglo XXI. “Sus clientes incluyeron a Irán, las juntas militares en América Latina, los rivales nucleares de India y Paquistán y hasta el Vaticano”, explicó el Post. Desde luego, ninguno de ellos tenĂ­a la idea más remota de que los dispositivos podĂ­an ser intervenidos.

Y, de manera notable, nunca Moscú ni Beijing compraron siquiera una máquina de Crypto.

Los documentos que analizaron los periodistas “identifican a los funcionarios de la CIA que dirigieron el programa y a los ejecutivos de la empresa a los que se confió su ejecución", según la nota. “Describe cómo los Estados Unidos y sus aliados explotaron la credulidad de otros paĂ­ses durante años, cobrando su dinero y robando sus secretos”.

A comienzos de la década de 1990, tras la caĂ­da del muro de BerlĂ­n y la desintegración de la Unión Soviética, el BND consideró que el riesgo de exposición era demasiado alto y quiso dejar el negocio. La CIA compró su parte y “simplemente siguió adelante, sacándole a Crypto todo su valor en materia de espionaje hasta 2018, cuando la agencia vendió los activos de la empresa, según funcionarios actuales y anteriores”, sintetizó el Post.



“¿Que si tengo algún escrúpulo?”, dijo al periódico Bobby Ray Inman, director de la NSA y subdirector de la CIA a finales de los ’70s y comienzos de los ’80s. “Cero”. Rubicón, recordó, “fue una fuente muy valiosa de comunicaciones sobre grandes partes del mundo importantes para las autoridades estadounidenses”. Bernd Schmidbauer, ex coordinador del servicio secreto alemán, agregó a ZFD: “La operación Rubicón claramente contribuyó a hacer del mundo un lugar un poco más seguro”.

Los documentos secretos no dicen nada sobre si, o cuánto, conocimiento tenĂ­an Estados Unidos y Alemania “sobre paĂ­ses que utilizaban máquinas de Crypto mientras realizaban complots de asesinato, campañas de limpieza étnica o violaciones a los derechos humanos”, destacó la nota.

Dos dĂ­as antes de la revelación periodĂ­stica, Suiza inició una investigación oficial. Desde su venta, Crypto se dividió en una empresa de servicios nacionales, CyOne, y una que continuó los servicios originales para el mundo, donde actualmente atiende a una docena de paĂ­ses, Crypto Internacional. Andreas Linde, el inversor sueco que compró esta parte, pidió a los periodistas que lo citaran: “Si lo que están diciendo es cierto, entonces me siento totalmente traicionado, y mi familia se siente traicionada, y siento que habrá muchos empleados que se sentirán traicionados, al igual que clientes”.




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