La oscura historia del cementerio fantasma de Avellaneda: mafia polaca, cafishios y prostitutas enterradas sin lápidas

Una organización de trata de personas de origen judĂ­o polaco que operó en la Argentina a principios del siglo pasado creó un cementerio para los cafishos y madamas, mientras que las mujeres prostituidas eran enterradas en tumbas NN. La ex prostituta y el comisario que la combatieron

La historia comenzó mucho antes del ascenso de Adolf Hitler al poder y tuvo como vĂ­ctimas a mujeres polacas que fueron captadas por ser jóvenes, bellas y pobres. Pero, además, eran perseguidas en los pogromos porque eran judĂ­as. La mayorĂ­a de las chicas salĂ­a en barco desde el puerto fluvial de Bremen en Alemania, atravesaban el Atlántico y luego eran destinadas a prostĂ­bulos y “casas de citas” en Buenos Aires y Rosario. La red de mafiosos y madamas que sometĂ­a a estas mujeres estaba formada también por polacos de origen judĂ­o que vieron en esas mujeres desvalidas una oportunidad y a principios del siglo XX crearon la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia.

Durante los primeros años se reunĂ­an en casas de sus socios. Su lĂ­der era Noé Trauman, quien en 1906 consigue la personerĂ­a jurĂ­dica de esa institución que no era otra cosa que una pantalla para la red de prostitución que, al año siguiente, pone en funcionamiento los burdeles. Cabe destacar que, por entonces, se trataba de una actividad “legal”. Es más, la Asistencia Pública tenĂ­a un registro de las meretrices.

Trauman deja todo armado pero se muda al Uruguay, donde muere en 1912. Sus continuadores –ya con el nombre de Zwi Migdal- en 1926 pusieron oficinas en una suntuosa casona de la avenida Córdoba al 3200. Cuatro años después esa organización caĂ­a en manos de la Justicia y perdĂ­a la personerĂ­a legal y sus suculentos negocios. Según José Luis Scarsi, autor de “Tmeimm, los judĂ­os impuros”, la artĂ­fice de las denuncias que permitieron desbaratar esa red fue “una heroĂ­na casual”: Raquel Liberman.



Casas de tolerancia y números

Los barrios de Villa Crespo y Once contaban a principios del siglo XX con una robusta colectividad judĂ­a que pronto se percató de que esa asociación “Varsovia” escondĂ­a una nutrida red de prostitución. Fueron las propias organizaciones de esa colectividad las que expulsaron a quienes formaban parte de esa trama y los calificaron de “impuros” por estar reñidos con sus costumbres y sus hábitos religiosos.

La “Sociedad” mutó el nombre por el de Zwi Migdal, hizo llegar rabinos desde Europa del Este, erigió sinagogas y compró un predio en Avellaneda tener su propio cementerio.

Las “casas de tolerancia” de la Varsovia/Zwi Migdal tenĂ­an clientes especiales a quienes daban protección y les cobraban suculentas sumas de dinero. La corrupción permitió que los prostĂ­bulos crecieran como hongos amparados por los pinos.

En base a los registros de la Asistencia Pública, la red polaca llegó a controlar alrededor del 25 por ciento de los prostĂ­bulos del paĂ­s. A criterio de José Luis Scarsi, difĂ­cilmente la “Varsovia” haya tenido más de un millar de mujeres ejerciendo la prostitución al mismo tiempo. A su vez, a lo largo de las más de dos décadas de existencia pueden haber explotado a unas tres mil mujeres traĂ­das desde Europa del Este.


La tumba de Raquel Liberman (Enrique Grinberg)

Una organización aceitada

La escritora Elsa Drucaroff, en “La Zwi Migdal – Para una memoria de la vergĂĽenza argentina” señala de modo elocuente: “La Varsovia –luego Zwi Migdal- financiaba viajes, supervisaba las ventas de mujeres, indemnizaba a los asociados que por algún motivo perdĂ­an una esclava, organizaba los traslados de pupilas de un prostĂ­bulo a otro, imponĂ­a multas por incumplimiento de compromisos, prestaba dinero para instalar burdeles, gestionaba su aprovisionamiento y las compras del material de trabajo (ropa de cama, lencerĂ­a), ofrecĂ­a jueces para arbitrar los conflictos que surgĂ­an entre los rufianes y todo el respaldo institucional que podĂ­a dar, dadas sus excelentes relaciones con el poder. Es que en realidad, ésa fue la función definitoria de la mutual: gestionar y pagar las coimas a la policĂ­a, a la municipalidad, a la justicia; apoyarse en su legalidad institucional para ejercer, clandestinamente, la gestión organizada de las relaciones públicas con toda esa red masculina de funcionarios que eran socios legales o clandestinos en la explotación de la prostitución”.

Raquel Liberman, “la heroína involuntaria”

Nació el 10 de julio de 1900 como Rokhl Lea Liberman en Berdichev –entonces Polonia, hoy Ucrania- en el seno de una familia devastada por la pobreza, y 30 años después se convirtió en la mujer que enfrentó a la Zwi Migdal y fue artĂ­fice del fin de esa mafia.

Liberman, a los 22 años, emigró a la Argentina con sus dos pequeños hijos. Su marido, Jaacov, habĂ­a llegado a Buenos Aires un año antes y se habĂ­a afincado en el pueblo bonaerense de Tapalqué. Quien habĂ­a traĂ­do a Jaacov fue su hermana Elke, llegada a la Argentina en 1910 como parte de la trama de trata de “la Varsovia”. Elke regenteaba un prostĂ­bulo en ese pueblo rural y pudo pagarle el pasaje a su hermano para que dejara de pasar hambre en Polonia.

Poco después, pudieron pagar el pasaje de Rokhl y sus dos pequeños hijos. Al poco tiempo españolizaron su nombre y Raquel, que prácticamente no hablaba español, en menos de un año quedó viuda. Sin posibilidad de alimentar a sus hijos, los dejó a cargo de unos vecinos y marchó a Buenos Aires.

A los 23 años, viuda y con sus hijos lejos, Raquel empezó a ejercer la prostitución. Los mafiosos la llevaron a distintas casas y comenzó a esconder algo de dinero con el sueño de abandonar esa vida. Tras seis años, pudo comprar su libertad. Abrió un comercio y creyó que se abrĂ­a un horizonte para ella y que podrĂ­a recuperar a sus hijos. Hacia fines de la década del veinte, la Varsovia era la Zwi Migdal y tenĂ­a suficientes tentáculos como para que la detectaran.

Raquel, ya con 29 años, cayó de nuevo en las redes de esa banda de rufianes. No bajó los brazos y en pocos meses volvió a escapar. Esta vez, decidió contactar con el comisario Julio Alsogaray. En pocas semanas, Alsogaray la llevó ante el juez Manuel RodrĂ­guez Ocampo quien decidió encarar con toda dureza la lucha contra la Zwi Migdal.


Raquel Liberman con sus dos hijos.

Una suave persecución a los mafiosos

Sin dejar de lado la probidad de Alsogaray y RodrĂ­guez Ocampo, la aristocracia argentina de entonces tenĂ­a un fuerte desprecio sobre la comunidad judĂ­a. Una década atrás, en enero de 1919, la Liga Patriótica habĂ­a protagonizado el pogromo de Buenos Aires. Se trataba de un grupo parapolicial amparado por hombres de poder que durante la Semana Trágica, además de reprimir y matar huelguistas, decidieron ir al barrio de Once para apalear y matar personas de la comunidad judĂ­a.

José Luis Scarsi destaca un dato escalofriante: “Ninguno de los prostĂ­bulos fue vandalizado durante la Semana Trágica”. Además, agrega un elemento que reafirma la “tolerancia” a los proxenetas. Desde 1902, existĂ­a en la Argentina la “Ley de Residencia”, una norma que autorizaba al Ejecutivo a expulsar a extranjeros: “Se puso en marcha especialmente con los anarquistas pero no con los rufianes; a lo sumo, deportaron algunos al Uruguay, desde donde podĂ­an seguir regenteando sus negocios”.

Es preciso apuntar que tanto la Jebra Kedusha -“CompañĂ­a Piadosa” en hebreo, antecesora de la Asociación de Mutuales Israelitas de la Argentina (AMIA)- como la Sociedad Israelita de Protección de Mujeres y Niños fueron de fundamental apoyo en la denuncia iniciada por Raquel Liberman.

El comisario Alsogaray hacĂ­a tiempo que estaba tras los pasos de la Zwi Migdal pero debĂ­a probar delitos como asociación ilĂ­cita ya que el regenteo de prostĂ­bulos y el ejercicio de la prostitución no estaban penados.

RodrĂ­guez Ocampo consideró que esa red cometĂ­a una infinidad de delitos y entonces libró orden de detención a unas 400 personas involucradas en la Zwi Migdal. Dictó prisión preventiva para 108 mafiosos y ordenó la captura de unos 300 que habĂ­an fugado.

Mientras una parte de la sociedad pretendĂ­a inculpar a “la comunidad judĂ­a”, la investigación judicial ponĂ­a al desnudo una trama que rompĂ­a con “la moral pública” en la cual participaban comisarios, polĂ­ticos y empresarios tanto en Buenos Aires como en otros lugares del paĂ­s.

Detrás de la “trama polaca” habĂ­a una sólida red argentina de corruptos. Sin embargo, cuando el expediente llegó a la Cámara de Apelaciones -entre complicidades y tecnicismos que probaran una asociación ilĂ­cita- liberó a todos los mafiosos salvo a tres.

Las mujeres sometidas a trata no sumaron su voz a la de Liberman, quien no pudo lograr vivir en paz: unos años después fue vĂ­ctima de un cáncer de tiroides, fue internada en el Hospital Argerich pero los médicos no pudieron salvarla. Murió a los 34 años, el 7 de abril de 1935.

Liberman fue, como dice Scarsi, una “heroĂ­na involuntaria”: su denuncia terminó con esa red mafiosa y poco tiempo después el gobierno puso fin a la prostitución legal en la Argentina. Sin embargo, el negocio de la prostitución ilegal ya existĂ­a, se extendió y siguió contando con la complicidad de muchos hombres de poder. Lo único cierto es que esa mujer dejó a dos huérfanos de 14 y 15 años y murió con el estigma de haber sido una prostituta en su breve vida.


(Enrique Grinberg)

La Avellaneda de Barceló

La ciudad de Avellaneda era un feudo. Pujante por ser un foco industrial, con dos clubes de fútbol –Racing e Independiente- fundados en los albores del siglo XX, con el Teatro Roma también inaugurado en esos años, Avellaneda era patrimonio de Alberto Barceló, un polĂ­tico conservador convertido en una aspiradora de cualquier negocio que rindiera plata.

Sin embargo, las investigaciones indican que Barceló no tuvo contacto con los iniciadores de la Varsovia. Es más, en una sesión del Consejo Deliberante se opuso a que se habilitara un predio con ese destino con el argumento de que ya existĂ­a un cementerio municipal. Sin perjuicio de ello, al poco tiempo, los rufianes tuvieron su terreno.

Elsa Drucaroff luego de publicar el artĂ­culo mencionado más arriba escribió la novela “El infierno prometido” (El Aleph, 2010). En aquella nota señala que la “Varsovia” y “la Asquenasum” (una organización de rufianes de Rusia y Rumania) compraron en conjunto un terreno en condominio y levantar un cementerio. Es muy probable que después o al mismo tiempo hayan tenido su sinagoga en Avellaneda. Rápidamente, claro, pasaron a tener su sede en Buenos Aires, que se mudó dos veces hasta lograr inaugurar el magnĂ­fico y elegante palacete de Córdoba al 3200, con sinagoga propia, orgullo absoluto de la organización.

Dentro de la comunidad, a esa red de trata los llamaba los “Tmeiim” (impuros, en idish). El mote lo pusieron los propios judĂ­os provenientes de Europa del Este (Ashkenazim), al igual que los mafiosos. Los Tmeimm, en 1900, compraron un terreno al lado del cementerio municipal de Avellaneda (por entonces se llamaba Barracas al Sud). AllĂ­ hicieron un camposanto destinado a los rufianes y a sus familias. La red estableció que sus propias vĂ­ctimas, las que les generaban las ganancias millonarias, no fueran enterradas allĂ­. Ninguna piedad, pese a que provenĂ­an del mismo origen nacional y religioso.


(Enrique Grinberg)

Al lado de este cementerio de “los impuros, apenas separado por un muro, está el Cementerio Israelita de Avellaneda. La porción que quedó ocupada con las tumbas de “los impuros” no se utilizó más y el terreno está enmalezado.

Desmalezar

A principios del siglo XX en Avellaneda se creó el cementerio hebreo marroquĂ­. La Varsovia ocupó un lugar de ese camposanto. Acilba es la asociación de la comunidad que tiene bajo su administración el cementerio, compuesto por 18 fracciones. El “cementerio de los impuros” es la fracción 15 y está separada por una valla. Las autoridades de Acilba dijeron que ellos tienen la “custodia, conservación y cuidado de la fracción 15”. A su vez, agregan que en 2007 el Consejo Deliberante de Avellaneda declaró patrimonio histórico ese predio.

En 2015 llegó a la Argentina Elianna Renner, una artista plástica suiza radicada en Bremen, la ciudad portuaria fluvial desde la cual partieron muchas vĂ­ctimas de la red de trata. Con apoyo de fundaciones para su proyecto de recuperar memorias, Renner pudo acceder al “cementerio de los impuros”. En esa oportunidad, desmalezaron el predio, quedó al descubierto que las lápidas eran de los victimarios y no encontraron registro de las vĂ­ctimas.

Focalizada en Liberman, Renner dijo haber quedado obsesionada con la historia de que la palabra “impura” fuera asociada a su memoria. Y, más allá de la semántica, con que se supiera que Raquel estuviera enterrada allĂ­ pero sin saber en qué lugar. Eso mismo sucede con quién sabe cuántas mujeres que tuvieron el mismo destino.

Renner pudo buscar los rastros de Liberman en los archivos de la Zwi Migdal que están en Jerusalén a partir de su apellido de soltera (Ferber). Pese a la casi certeza, no hubo nunca una certificación oficial de ello.

En los cinco años siguientes, las plantas volvieron a crecer. Cualquiera que entre en la foto satelital que muestra una jungla en ese predio, en la actualidad su aspecto es menos horroroso.

Sin embargo, el problema no son las malezas, las ramas, sino las ramificaciones con el pasado. Un pasado que siempre está presente. Los centros de memoria, tanto los que honran a las vĂ­ctimas del Holocausto como las que tratan de preservar la dignidad de quienes fueron vĂ­ctimas del Terrorismo de Estado en la Argentina, tienen un capĂ­tulo más en este cementerio que, desde las malezas, las puertas cerradas y el silencio, mira a la ciudad y a sus habitantes.


(Enrique Grinberg)

El cementerio de Granadero Baigorria y la memoria

El periodista Enrique Grinberg publicó una nota en Nueva Sión en noviembre de 2019 donde relata, entre otras cosas, que en octubre de ese año, tras ser puesto en condiciones, reabrió sus puertas el cementerio de la Unión Hebraica Paganini de Granadero Baigorria, cercano a Rosario. Era “el otro cementerio de los impuros”.

Cabe consignar que ese camposanto fue creado por la red de trata recién en 1933, cuando ya habĂ­an caĂ­do en desgracia por la denuncia de Liberman y la consecuente quita de personerĂ­a legal que actuaba de pantalla de la red de trata.

De modo muy elocuente, Grinberg reflexiona acerca de que “esas necrópolis son el testimonio fiel y tangible de que allĂ­ yacen restos de los victimarios (…) Los proxenetas enterrados con sus lápidas nos recuerdan también la ausencia de las sepulturas de las vĂ­ctimas. Estas chicas polacas, que fueron engañadas, explotadas y esclavizadas no tienen un memorial, y es por eso que no podemos permitir que se borre o extinga su memoria, aunque no sepamos ni sus nombres ni conozcamos sus rostros”.

Grinberg dice que la puesta en valor de ese cementerio fue gracias a la colaboración del municipio.

Respecto de lo que sucede en Avellaneda, destacó “el esfuerzo de José Luis Scarsi, a quien ayudé en algunas oportunidades acompañándolo al cementerio, donde las placas están en hebreo y yo se las pude traducir. José Luis (Scarsi) trabaja para que eso se convierta en un centro de memoria”.

En cuanto al estado de las lápidas “muchas se conservan en buen estado, otras se deteriorado por el paso del tiempo pero también se nota que algunas fueron dañadas de modo deliberado, seguramente porque querĂ­an ocultar cosas”.



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